Del diagnóstico de nuestra pequeña 23 años después


 2018-11-16

Nota del editor: Eugenia Araiza, colaboradora de Beyond Type 1 encontró hace poco notas de su diagnóstico escritas por madre. En palabras de Eugenia, darnos cuenta del impacto que tienen nuestros diagnósticos en nuestros padres no siempre es sencillo pues nosotros vivimos la historia en primera persona. Eugenia no quiso dejar pasar la oportunidad de compartir las notas de su madre con nosotros. Aquí las tenemos para ti.


Por la noche del 24 de noviembre de 1995 recibimos una llamada de Estados Unidos desde Marianna, Florida. Era la Sra. Martha Díaz, quien hacía una semana había rescatado a nuestra hija Eugenia de la casa donde se le había asignado por parte del intercambio cultural y que lamentablemente resultó bastante incómoda y perjudicial para la niña.

El motivo de la llamada era para informar que Eugenia se encontraba internada, grave, en el área de terapia intensiva del hospital Jackson de Marianna, Fl. Que, a la tres de la tarde fue ingresada con un cuadro agudo de “diabetes”, diabetes descompensada después de haber presentado una gripa. Ella empezó a sentirse mal ese mediodía con mareos y temblores. Se desmayó e inmediatamente la Sra. Martha y su esposo Jorge la llevaron al hospital donde la recibieron como “grave”. Su diagnóstico, según el doctor era muy serio. Durante la tarde le habían aplicado insulina e instalado venoclisis pasándole hasta tres bolsas de suero al momento en que se nos localizó.

Sin haber superado el impacto era necesario planear inmediatamente las acciones a seguir. Pedimos al Dr. Augusto Sánchez, familiar político, que como médico y dominando el idioma, hiciera una llamada al hospital. Se comunicó con la enfermera responsable y le transmitió el diagnóstico: CETOACIDOSIS DIABÉTICA con una glucosa de 1150 mg/dl que, afortunadamente para nosotros y nuestra hija, a esa hora de la noche se empezaba a controlar. Fuimos informados que posiblemente Eugenia permanecería en terapia intensiva durante 72 horas. También nos dijeron que en jóvenes, estas situaciones se presentaban y que había buena evolución, que la infección provocada por el virus debería controlarse y después cuidar los medicamentos y alimentación escrupulosamente.

Posiblemente el problema visual que presentó días antes y por el que le recetaron anteojos graduados sólo haya sido edema de cornea y no daño a la retina, como habían informado, y todo este cuadro había iniciado por un proceso infeccioso que presentó después de la gripa aguda que nos comentó tener posteriormente a un viaje a Orlando donde nadó en una alberca con agua muy fría y no se atendió de inmediato.

Sabemos que la diabetes es irreversible y esto es angustiante. Pedimos a Dios tranquilidad y sabiduría para tomar decisiones acertadas y aprender a manejar esta situación totalmente inesperada y dolorosa.

Hoy es 25 de noviembre de 1995.

Anoche, después de tantas llamadas decidimos que uno de los dos papás tendría que acudir de inmediato con nuestra Eu. Así que, después de consensuarlo, fui yo, la mamá, quien inició la partida. Nuestro hijo Armando habló con el representante de intercambios ISE a los Estados Unidos, para notificarle la gravedad de Eugenia y la decisión de ir por ella, sin que se menoscabara su plan de intercambio. No hubo objeción.

La verdad que tenemos mucho que agradecer a Dios por los buenos amigos, que precisamente brindan su apoyo cuando se necesita. Margarita Torres y su esposo Max, se desplazaron a su agencia de viajes “PRISMA” a eso de las 12 de la noche, a buscar vuelos y conexiones hasta lograr algún plan adecuado para llegar pronto a ver a mi pequeña hospitalizada.

Finalmente, a eso de las 2 de la mañana concluimos comprando vuelo del Bajío a la Ciudad de México para las 7 de la mañana, de ahí conectar a Atlanta, para transbordar a Dothan. Abordé el vuelo prácticamente sin dormir y al llegar a la capital, un banco de niebla impidió que aterrizáramos. Se rebasó el tiempo de circundar por los contaminados espacios aéreos de la capital y el capitán determinó regresar al Bajío.

Quisiera explicar cómo sentía mi corazón cuando casi se desbarataba el plan. Llegando a tierra hablé con Margarita, pero nada podía hacer ella. Paciencia y confianza en Dios. ¡Tenía que llegar tiempo! Sentía que se me escapaba la oportunidad de ver a mi “negrita”. De nuevo subí al avión.

Las bocinas de la aeronave reproducían suavemente el “tema de amor”, como para tranquilizar los ánimos. Despegamos y en esta ocasión si aterrizamos a la primera. Salí prácticamente corriendo de la puerta 5 a los trámites de salida, aduana, y seguir corriendo hasta la puerta 24, para tomar el vuelo de Delta Airlines a la ciudad de Atlanta.

Ya estaban esperando a los últimos de “conexión” así que alcancé por segundos. 11:33 anunciaba la hora un luminoso reloj del aeropuerto. El avión avanzó. Nos encaminamos a la pista de despegue. Fue un viaje muy largo para mi aunque sólo haya durado 3 horas.

Alrededor de la una de la tarde, sentí una terrible angustia y deseos de llorar por la impotencia. De nuevo acudí al abandono en las manos de Dios. Desde la ventanilla del avión vi cómo terminaba tierra mexicana y entrábamos en el Golfo de México. Pasó un buen rato para que volvieran a aparecer pequeñas embarcaciones que poco a poco se fueron nutriendo. Pequeñas islas y largos brazos de arena, como bancos conformaban como una sonrisa lunar la cercanía de tierra firme. ¡Buen trecho para llegar a Atlanta! Qué grande y bonita ciudad. A lo lejos se distinguía la zona central, edificios enormes, pero bajo de nosotros una amplia región cubierta de ordenadas casitas, todas con grandes jardines y árboles verdes, pastos verdes y algunas áreas de naturaleza color dorado, hermoso ocre otoñal.

Al llegar al aeropuerto los trámites y la dificultad idiomática (cada vez que se tiene la oportunidad de viajar al extranjero asalta el deseo de estudiar seriamente inglés, pero qué rápido se esfuma).

Ya en el aeropuerto de Atlanta rápidamente me trasladé hasta la mesa que atendía los vuelos a Dothan, me registré y esperé un largo tiempo para salir. En ese “inter” hablé de una cabina telefónica a la casa de Martha Díaz en Marianna. Me contestó la voz de una pequeña que me comunico con su mamá Lupita.

Muy amable la señora me informó que ya me esperaban en el aeropuerto de Dothan su hija y Jorge, y así fue. Llegando me recogieron y me trasladaron al Jackson Hospital. Mi angustia y dolor permanecían intensos en el embarazoso silencio del trayecto.

Cualquier palabra que pronunciara o mirada que cruzara, me hacía hipersensible. Nariz roja y ojos húmedos, opresión en el pecho y mariposas en el estómago. Finalmente llegamos al hospital. Jorge ayudó a bajar las maletas y caminó por delante para dirigirnos. A pasos acelerados subimos al piso de terapia intensiva y al entrar en el cuarto sólo vi a mi niña conectada a un buen número de aparatos, toda edematizada, pero VIVA.

Mamá Lupita y los niños; Vanesa y Esteban la acompañaban. Pese a que Eugenia se desconcertó por mi llegada (dadas las reglas de intercambio) y hasta pidió que no me quedara pues temía perder su oportunidad, la tranquilicé al explicarle el acuerdo con la compañía.

Me instalé en una silla de visita y del hospital no me moví hasta que Dios me permitió salir con ella 5 días después. Fue duro aceptar (creo que diariamente repaso el proceso), pero al verla con su cuerpo todo hinchado, sus piernas y pies sin sensibilidad, empecé a dar los primeros pasos de una terapia de “tacto y contacto”.

Sobar extremidades, limpiar manitas, peinar su cabellera, acariciar su rostro, abrazar cabecita, apapachar cuerpecito… y pronto le pude realizar el primer baño en regadera. Ella se abandonó en mi. Mi corazón gritaba de alegría al verificar sus avances. No cabe duda de que la confianza se entrega a quien ama de verdad.

Yo mantenía la comunicación con mi angustiado esposo e hijo, con toda la familia que esperaba con expectación el avance de Eugenia. ¡Desahogos emocionales al por mayor! ¡Qué gratificante! Llegó el día de abandonar el hospital.

Esquemas de aplicaciones de insulina, medicamentos, jeringas, información, consejos, etc. Hicieron el favor de alojarnos en casa de Jorge y Martha, y al siguiente día nos invitaron a conocer la playa cercana en Panamá City. Ahí Eugenia retomó su hobby favorito: shopping.

Nunca podré agradecer lo suficiente a esa hermosa familia y tantos, tantos amigos que se acercaron a apoyar y animar. Sólo pido que el cielo los recompense siempre. Sin esa grande y amorosa comunidad, tal vez no podría narrar esta vivencia. Regresamos a nuestra ciudad.

Ciertamente fue un viaje cansado y diferente por los cuidados requeridos, pero como dice el refrán… “no hay burro cansado de regreso a casa” así que las conexiones y los tiempos fueron un regalo. Al llegar a nuestra tierra, papá Vitelio nos esperaba con flores en la puerta, era casi madrugada y la adrenalina a todo lo que pudo. Empezamos una nueva vida. La diabetes formó parte de nuestro idioma y de nuestra rutina. Toda la familia apoyó estupendamente pues mientras yo preparaba alimentos sanos, que prácticamente eran los mismos de antes, papá y hermanito se encargaban del ejercicio.

Reconozco que muchas veces la depresión y hasta desesperación quisieron invadirnos, pero eso no lo hemos permitido hasta la fecha.

Ahora Eugenia es una persona con diabetes controlada, es feliz, a pesar de sus “rachitas”, cuida de su alimentación, controla su insulina, hace su jornada diaria de ejercicio, ha resultado una excelente estudiante, trabajadora, amiga, madre, esposa y consejera especialista en diabetes.

El 24 de noviembre de este año 2018, cumplirá 23 años con su ahora inseparable compañera: la diabetes.

 

Maria

ESCRITO POR Eugenia Araiza, PUBLICADO 11/16/18, UPDATED 01/24/23

Eugenia es Nutrióloga y Educadora en Diabetes. Ella vive con diabetes tipo 1 desde 1995. En 2019, comenzó Healthy Diabetes, un proyecto que incluye recursos educativos para apoyar y empoderar a las personas que viven con diabetes. Es autora del libro “Soy diferente y me gusta” que aborda el tema de la aceptación cuando se vive con Diabetes.