Allow Life: más allá del diagnóstico


 2017-07-31

Nota del editor: Este es un extracto de Allow Life (Permitir que la vida pase) de Diana Nitescu que detalla las experiencias de una madre con el diagnóstico de diabetes tipo 1 de su hija y cómo ambas encontraron el yoga, una mejor nutrición y una motivación renovada para vivir una vida plena. Puedes encontrar su libro en su blog.


Era una noche fría y ventosa de diciembre en el barrio Sunset. Mi hija, Naya, estaba apoyada en mí, envuelta en su manta azul de un mono llamada George. Ella estaba temblando y su respiración era lenta y pesada. “Vamos”, le dije al taxista, “Tenemos que llegar al hospital lo más rápido posible”… Todo lo que recuerdo son luces, papeleo, más papeleo y mi pobre niña mirando al suelo, negándose a responder cualquier pregunta dirigida hacia ella.

“Ella tiene diabetes”.

Silencio…

“Su hija tiene diabetes. Por eso está tan enferma…”.

Tenía suficiente conocimiento de trasfondo para saber lo que significaba la diabetes. Sabía que esta afección no se debía a la dieta o el estilo de vida, pero no sabía nada de cómo se desataba y qué estaba sucediendo en su cuerpo en ese momento. Seguí preguntando si estaría bien y comencé a llorar desconsoladamente. ¿Pasaría ahí la noche? Ella comenzó a desvanecerse a medida que pasaban los minutos. Entre el diagnóstico y llegar a la unidad de cuidados intensivos, Naya ya no respondía, en parte por agotamiento y en parte por la cetoacidosis. Esta afección da el resultado de escasez de insulina, lo que hace que el cuerpo queme grasas y las convierta en ácidos sanguíneos. Su nivel de azúcar en la sangre estaba a 408, más de cuatro veces lo normal. Ella debió haber estado así durante un tiempo, ninguna de nosotras realmente lo sabía.

Esa noche me sentí como si hubiera sido arrojado a una celda de la cárcel, en el infierno. Recuerdo haber visto a mi hija luchar por aire en su estado semi-inconsciente. Su respiración era lenta y enronquecida, y ya no respondía a las estimulaciones externas. El miedo se apoderó de mí. ¿Qué estaba pasando? Yo contaba cada una de las veces que ella respiraba. ¿Se me deslizaba entre los dedos y se adentraba en el abismo? ¿Lograría llegar hasta la mañana? ¿Era esto el fin?

¡Abre los ojos, colibrí! ¡Abre los ojos! La habitación estaba callada, todo lo que podía oír era un zumbido enronquecido mientras ella luchaba por respirar. Mi corazón latía en mi cabeza. Respiré profundamente y permití que el momento me sirviera de guía.

Silencio…

¡Cuando amaneció, mi colibrí abrió los ojos!

Además del temor inicial de descubrir que mi hija tenía diabetes, la segunda gran preocupación era llevarla a casa del hospital y comenzar una “nueva vida”. De hecho, fue el comienzo de una nueva vida. La existencia que habíamos conocido hasta ese momento había terminado. Tuvimos que comenzar un recorrido completamente nuevo. La sensación más aterradora se apoderó de mí cuando el médico nos dijo que podíamos empacar e irnos a casa. ¿Qué le daría de comer? Cuánta insulina sería suficiente; ¿y si le diera mucha? ¿Qué pasaría si hiciera algo mal y las consecuencias fueran monstruosas?

Las preguntas inundaban mi cerebro y no tenía respuestas para ninguna de ellas. Todo lo que quería hacer era quedarme un poco más bajo la supervisión del médico, donde estábamos “a salvo”. Me di cuenta de que no estaba siendo realista y en el medio de empacar nuestras pertenencias, entré en la pequeña despensa al otro lado del pasillo y comencé a sollozar. Lloré y lloré, y no podía parar. Todo lo que había embotellado esa semana en el hospital salió a la luz. Había sido muy fuerte, manteniendo la fe y la compostura para nuestra familia, para nuestros amigos, pero sobre todo para Naya, como garantía de que ella estaba bien. Pero ¿realmente estaba bien? No tenía ni idea. ¿Qué nos pasaría? Quería que alguien me dijera que todo estaría bien, que venceríamos sin importar nada… No hubo tal consuelo en ninguna parte, y me di cuenta de que no existía tal seguridad.

Lloré y lloré esa tarde hasta que no tuve más lágrimas para seguir llorando. Entonces, acepté que ya era hora. Era hora de cruzar, al otro lado del miedo.

Su padre llamó para decir que estaba estacionando el auto a la vuelta de la esquina. De alguna manera loca, parecía que el móvil de salvación había llegado. Mientra respiraba profundamente, sabía que había llegado el momento de cerrar el libro viejo y abrir uno nuevo, era un reto, y sin duda era algo grande. Antes de salir de esa despensa, me hice una promesa: “Habrá tiempos difíciles y habrá momentos felices”. Tengo la esperanza de poder aceptarlo todo con un corazón abierto y una mente abierta. Habrá preguntas y habrá momentos en que las respuestas serán lentas en llegar. Prometo ser paciente y prometo nunca rendirme”. En ese momento, eso fue todo lo que mi cerebro permitió.

Empacamos nuestras cosas y nos abrigamos. Era una fresca noche de diciembre, y el camino a casa fue lo más reconfortante que habíamos experimentado en toda la semana. Mi hija estaba de buen humor, tenía apetito y los tres nos sentimos aliviados de estar de nuevo en nuestro elemento. No estaba segura de qué darle de comer para la cena, ni tenía idea de cuánto, o qué tipo de insulina recibimos de la farmacia. Estaba extasiada de que mi hija estuviera viva y feliz y de que pudiéramos dormir en nuestra cama esa noche.

Entre todas las piezas en movimiento, lo único seguro era el océano a nuestra derecha, que parecía tan pacífico e infinito. Entendí que no estábamos perdidos, simplemente estábamos aprendiendo en el camino. La vida nunca ofrece ninguna garantía, solo abre las puertas por las que puedes elegir entrar, o no. Cuando llegamos a casa, abrí la puerta de la van y salí a la fresca noche, confiando en que todo saldría como debía salir.

A través de las pruebas, las tribulaciones y todas las preguntas sin respuesta, tuve que tomar una decisión audaz: ¿coraje o miedo? ¿Qué tipo de vida quería proporcionarle a mi hija de ahí en adelante? Elegí cruzar al otro lado del miedo, para aceptar la vida tal como nos fue dada. Con la tranquilidad de que todo estaba sucediendo como debería, nos embarcamos en un increíble recorrido de autodescubrimiento, alimentación saludable, aventuras y gratitud. La vida puede ser inesperada, pero depende de nosotros decidir qué permitimos entrar a nuestra experiencia. Con un cuerpo sano, una mente bien equilibrada y un espíritu agradecido, todo es posible.


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ESCRITO POR DIANA NITESCU, PUBLICADO 07/31/17, UPDATED 09/14/18

Diana Nitescu es fotógrafa profesional, autora, bloguera de bienestar y madre de una increíble niña de seis años llamada Naya. Su hija fue diagnosticada con diabetes tipo 1 en 2013, y desde entonces ha dedicado su vida a concientizar sobre esta afección. Su vida, así como su trabajo, reflejan un elemento de conciencia plena hacia la salud y el bienestar general. Parte de la experiencia laboral de Diana abarca la promoción de la salud, incluido el rol de Administradora de iniciativas para la comunidad para 84 nuevas empresas tecnológicas en San Francisco. Sus esfuerzos se han orientado hacia la vanguardia de las redes sociales y las campañas de salud y bienestar en el mundo corporativo y tecnológico. En este relato inspirador sobre la crianza de los hijos, Allow Life, Diana Nitescu comparte algunas técnicas invaluables sobre la vida con conciencia plena, la alimentación nutritiva y el yoga como estilo de vida. Ella describe su batalla por criar a una niña con diabetes tipo 1 y las formas de pasar a través de los inevitables obstáculos de esta afección.