Cartas para Banting


 2020-10-31

Frederick Banting no podía dormir. Eran las 2 de la mañana del 1 de noviembre de 1920 y los pensamientos del día bailaban en su cabeza. Solo unas horas antes, Frederick estaba sentado preparando una conferencia sobre el tema del metabolismo de los carbohidratos. Hacía poco que había conseguido un puesto de medio tiempo como demostrador de cirugía y anatomía en la Universidad Western en London, Ontario, además de su propia clínica privada. Frederick tenía formación en cirugía ortopédica y tenía poca experiencia en endocrinología, pero mientras estaba acostado esperando que le diera sueño, algo se encendió en su mente. Ese mismo día, leyó un artículo en el volumen más reciente de la revista Surgery, Gynecology and Obstetrics. El artículo afirmaba que el bloqueo de un conducto pancreático por un cálculo pancreático había provocado la atrofia de las células acinares externas, pero no de las células de los islotes internos. En otras palabras, bloquear los conductos del páncreas podría, pensó Frederick, permitir el aislamiento y la extracción de lo que se conocería como insulina.

En la actualidad, la comunidad de diabetes aclama a Frederick como un héroe por su descubrimiento y sus filosofías posteriores. Su frase, “La insulina no me pertenece, le pertenece al mundo”, sirve como un grito de guerra en la lucha contra los altos costos de la insulina. El hecho de que él y sus colegas eligieran vender su patente a la Universidad de Toronto por solo $1 cada uno sirve como una justificación moral en la lucha por el acceso a la insulina. Pero mientras se habla ampliamente de estos dos hechos en la comunidad de diabetes, el propio Frederick se perdió en la conmoción. Frederick, después de todo, era una persona compleja, a veces contradictoria, pero con frecuencia era un héroe.

Una Persona Compleja

Frederick medía casi dos metros de altura. Llevaba el pelo liso con raya a la izquierda. Gafas redondas adornaban su nariz prominente en su cara redonda. Era conocido como un hombre serio, a veces pendenciero, tanto que un periódico del 27 de agosto de 1923 tituló una foto de él riendo: “Sea cual sea el chiste, debe haber sido bueno”.

La naturaleza abrasiva de Frederick llegó a definir las relaciones que desarrolló mientras buscaba el aislamiento de la insulina. No le tenía miedo a la confrontación, y luego de solo unos meses del tiempo que pasó en los laboratorios, amenazó a John James Rickard Macleod exigiendo un salario y un mejor espacio de laboratorio. Creía en su trabajo, escribió sobre su conversación con Macleod: “Había dejado todo… en el mundo para hacer esa investigación … y que si [Macleod] no me proporcionaba lo que pedí, iría a algún lugar donde sí lo hicieran”. Ganó la discusión.

Pero no ganaría todas las batallas que libró en Toronto. La suya no sería la primera dosis exitosa de insulina usada en humanos, y llegaría a guardar rencor contra sus colegas. No existe una imagen de Frederick junto con los otros tres hombres a los que se les atribuye haber llevado la insulina a la producción. Y cuando Frederick y Macleod recibieron el Premio Nobel por su descubrimiento en 1923, Frederick se negó a aceptarlo en persona debido al gran desdén que sentía por Macleod.

Un Salvador

Pero quizás la mejor manera de entender al Dr. Frederick G. Banting no sea a través de sus disputas o incluso a través de su diario. Las cosas más importantes que debes saber sobre este médico en apuros, estudiante de medicina promedio y colega conflictivo se pueden encontrar en las cartas de sus primeros pacientes. Estos niños pequeños vieron a Frederick de manera similar a como lo vemos hoy, no como un ser humano promedio y defectuoso, sino como un salvador.

La carta de Betsy fue escrita con la mala letra de una niña que todavía está aprendiendo a escribir. Algunas letras eran grandes, otras pequeñas, rara vez cuando deberían serlo. Quizás se vio obligada a pedir ayuda para deletrear el nombre del Dr. Banting. Tal vez ya sabía hacerlo. De cualquier manera, el agradecimiento era evidente. “Soy una niña en Texas que se está administrando I’letin”, escribió Betsy, haciendo referencia al nombre original con el que se comercializaba la insulina. Continuó diciéndole a Frederick que la insulina “me hace sentir mejor y estoy tan feliz que quiero agradecerte”. Con algunas letras al revés y sin puntuación, otra joven, Janet Turnbull, escribió: “Estimado Dr. Banting, me siento muy bien y estoy comiendo mucho. Me dan avena y papa”.

Frederick mantuvo estrechas relaciones con algunos de sus pacientes. En septiembre de 1922, Teddy Ryder cumplió 6 años. Dos meses antes, Teddy se había convertido en uno de los primeros pacientes de Frederick y, habiendo salvado la vida del niño, Frederick asistió a su fiesta de cumpleaños. En 1923, Teddy le escribió a Frederick: “Ojalá pudiera verte. Me siento bien ahora. Me gustaría ir a Toronto a verte”. Terminó su carta con dibujos de un barco y dos aviones. A la edad de 16 años, Elizabeth Evans Hughes, la paciente más conocida del Dr. Banting, le escribió pidiéndole que le enviara insulina antes de lo esperado. “Desafortunadamente”, el lote de insulina que recibió anteriormente “no era tan fuerte” como de costumbre. Continuó informando a Frederick de su vida y sus hobbies, actividades que solo fueron posibles gracias a la insulina.

Una Nueva Realidad

Antes de la insulina, las dietas de inanición eran el único método para prolongar la vida de una persona con diabetes Tipo 1. Los niños que recibían el diagnóstico se volvían muy delgados mientras subsistían con porciones insignificantes. El aumento de peso se convirtió en un motivo de especial orgullo entre los niños que le escribían al Dr. Banting. Janet terminó su carta: “Aquí hay algunas fotos. ¿Verdad que me veo gorda? Con amor, Janet”. Teddy también mencionó su peso. “Ahora soy un niño gordo y me siento bien”. Myra Blaustein le escribió a Frederick sobre las dos libras y media que había aumentado desde la primera vez que le dio insulina. Ella firmó la carta, “Sigo siendo tu amiguita Myra”. Elizabeth también le escribió extensamente a Frederick sobre su travesía para aumentar de peso. “Ahora peso 84 libras y ¾ , pero no estoy subiendo tanto a la semana como antes… así que espero empezar a crecer pronto”.

Estos niños solo sabían que Frederick les había dado la insulina que necesitaban para vivir, y el legado de Frederick se ha conservado bajo esta perspectiva positiva. Sus interacciones con los niños no tenían nada en común con las amargas interacciones que mantenía con sus colegas; las cartas de agradecimiento que le escribieron lo dejaron muy claro. Frederick no era más que un hombre. Tenía momentos mezquinos, momentos tranquilos, momentos de agresión y momentos de bondad. Pero en esa noche de insomnio en 1920, a un hombre común se le ocurrió una idea que lo convirtió en un héroe.

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Fotografías cortesía de la Biblioteca de la Universidad de Toronto

Teddy Ryder Letter Citation: “Letter to Dr. Banting ca. 1923” MS. COLL. 76 (Banting), Box 8B, Folder 11, insulin:L10021. Courtesy of the Thomas Fisher Rare Book Library, University of Toronto.

Janet Turnbull Letter Citation: “Letter to Dr. Banting from Janet Turnbull ca 11/1922” MS. COLL. 76 (Banting), Box 8B, Folder 18, insulin:L10023. Courtesy of the Thomas Fisher Rare Book Library, University of Toronto.

Betsy Letter Citation: “Child’s Letter to Dr. Banting” MS. COLL 76 (Banting) Scrapbook 1, Box 1, Page 54, insulin:L10066. Courtesy of the Thomas Fisher Rare Book Library, University of Toronto.

ESCRITO POR Brittany McWilliams, PUBLICADO 10/31/20, UPDATED 01/24/23

Brittany McWilliams es una historiadora y escritora que vive en el área de Boston. Tiene diabetes Tipo 1 desde 2012 y su diagnóstico ha inspirado su estudio de la historia clínica. Pasa el tiempo escribiendo, horneando y cuidando sus numerosas plantas de interiores. Los dulces Smarties han sido su bocadillo de elección para los niveles bajos de glucosa en sangre desde que recibió su diagnóstico. A ella le encantaría que visitaras su nuevo sitio web sobre historia, discoveringwhen.wordpress.com.