Culpable de los cargos
Hay una sensación que solía tener cuando tenía 15 años. En aquel entonces yo no era lo suficientemente mayor para entender lo que era. Todo lo que sabía era que cuando la tenía, me sentía horrible. Como que algo sobre mí no estaba del todo bien y no había nada que alguien pudiera hacer para solucionarlo. Sucedía cuando me miraba en el espejo y justo después de haber comido. Mi cuerpo estaba mal y yo también estaba mal.
Ser una bailarína y asistir a un internado de artes escénicas exclusivamente para niñas no era un día de campo. Se suponía que debíamos ser disciplinadas, ingeniosas y enfocadas. El objetivo era sobresalir. Algunas de nosotras estábamos siendo preparadas para las principales compañías de danza. Estaba desesperada por ser una de esas chicas, pero mis pies no se apuntaban, estaba ancha en el medio y mis piernas no se extendían suficientemente alto.
Tiempos de desesperación requieren medidas desesperadas. Decidí que la única forma de encajar en el molde era presionar mi cuerpo para que se sometiera. ¿La opción? Pasar hambre.
Para mí, tener un trastorno alimentario fue de corta duración. Solo podía sobrevivir por poco tiempo con dos a tres hojas de lechuga por día. Pero había algo que se mantenía como una resaca de ese momento.
La culpa por la comida
Al ser adulta, un embarazo cambió mi perspectiva. Tuve que aceptar que la única forma de que pudiera tener un bebé saludable era dejarme llenar. Por mucho que fui retada por las náuseas matutinas y por la sensación de que mi cuerpo no era mío, también sentía que me soltaba de una manera que nunca antes había podido.
Y luego, 16 años después, me diagnosticaron diabetes Tipo 1.
Mi cuerpo me había fallado y esta vez no se trataba de la forma de mis pies. Era sobre un órgano que ni siquiera podía ver ni sentir. Fue frustrante y me sentía impotente. Cuando intenté controlar la enfermedad, me encontré retrocediendo. Reavivando el hábito de usar la comida como medida de control y sintiéndome culpable cuando no podía hacerlo funcionar. Conocer sobre la diabetes y comprender lo que significa vivir con diabetes son dos cosas diferentes.
Hice dos suposiciones erróneas desde el principio.
- Supuse que mi práctica de yoga, llevar una vida sana y cambiar mi dieta sería una panacea porque me negaba a creer que tenía diabetes Tipo 1.
- Que aislarme y actuar “normal” haría que todo desapareciera.
Por supuesto, ninguna de estas estrategias funcionó. Mi práctica de yoga fue útil ya que me ayudó a mantener la calma, pero no afectó la tendencia ascendente de mi glucómetro y actuar normal solo sirvió para hacerme sentir más anormal. Y aumentar mis restricciones alimenticias me envió a un precipicio del que aún me estoy recuperando.
¿Y la peor parte? Cada vez que miraba mi medidor y veía un nivel alto, me sentía culpable y me sorprendía culpando a la comida, a mi disciplina y a mi cuerpo por no hacer las cosas bien.
Ha sido frustrante sentirme así sabiendo muy bien que no es mi culpa y que el remordimiento que siento cuando miro mi glucómetro es realmente habitual. En mi experiencia, la culpa es una respuesta condicionada a una historia inventada sobre algo que ni siquiera es real (a menos que hayas hecho algo conscientemente para lastimarte a ti mismo o a otra persona).
Quiero decir, ¿quién nos dijo que nos sintiéramos avergonzados? ¿O que algo sobre nuestros cuerpos no está bien? Cada persona hace una elección cuando reacciona ante cualquier situación dada. Cuando sucede algo, depende de mí si respondo o reacciono.
Cuando tenía 15 años y estaba rodeada de hermosas y delgadas bailarinas flexibles de largas piernas, decidí decirme a mí misma que yo estaba mal. Podría haber decidido centrarme en mis dones, como mi capacidad para moverme como un líquido o conectarme con una audiencia en el escenario. Pero como no lo hice, tuve que esforzarme aún más para aprender a aceptar las cosas que no puedo controlar.
Y ahí es donde entra en juego mi pasión por el yoga.
Cuando conscientemente observo mi aliento incluso en las prácticas respiratorias más simples, mi mente sale naturalmente de su necesidad de identificarse con sentimientos difíciles como la culpa, la vergüenza y la frustración. No significa que esos sentimientos no estén allí o que los niegue, es solo que me extiendo a un panorama más amplio y me relajo. Los sentimientos, como los pensamientos, siempre están en un estado de cambio. Piénsalo; si intentas aferrarte a un sentimiento por un período de tiempo dado, generalmente desaparece. Es lo mismo con nuestros pensamientos. Intenta atrapar un pensamiento. Esa es una misión bastante difícil.
Lo que he llegado a entender a través del contacto y el intercambio con otras personas que viven con diabetes Tipo 1 es que no hay vergüenza en una falla percibida en el control diario de la diabetes. Intentar imitar el trabajo de un páncreas es casi imposible. Podemos trabajar en nuestra dieta, hacer ejercicio, controlar el estrés y, aun así, nuestra A1c no sale perfecta.
Como persona que vivió una vida “normal” hasta la edad de 42 años y que luchó con la imagen corporal y la comida desde una edad temprana. Llegué a la conclusión de que vivir con diabetes ha cambiado mi vida para mejor. En lugar de no tener un propósito con mi dieta, he tenido que ser constante, responsable y moderada. En lugar de castigarme, he tenido que reconocer el papel que el estrés autoimpuesto juega en elevar mis niveles de azúcar en la sangre. Y en el nivel más profundo en lugar de pensar constantemente que debería ser una mejor versión de mí misma, me ha obligado a aceptarme a mí misma exactamente como soy.
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