Diabulimia, una historia por Lucy
Hasta hace pocos años no sabía siquiera que tal trastorno existía. Creciendo en una sociedad en la que aún no se oía hablar mucho ni de anorexia, ni de bulimia, ni de otros trastornos de la conducta alimentaria, combinarlos con la diabetes parecería toda una ingeniería de diseño.
Pero ¿saben qué? Si nos remitimos a las estadísticas más del 60 por ciento de las chicas que convivimos con la enfermedad crónica y autoinmune llamada “diabetes tipo 1” podríamos desarrollarla. No voy a entrar en detalles médicos, sociológicos o demográficos puesto que el presente no pretende ni aspira a ser un trabajo de investigación, sino un reflejo en primera persona de las consecuencias “que nadie ve” de tener que vivir día a día supliendo la falla de un órgano.
El tipo de cuidado con la comida y cada acto de vida cuando se vive con diabetes tipo 1 se asemeja al cuidado obsesivo del enfermo mental que padece un trastorno alimentario: constantemente calculando calorías, hidratos de carbono, aportes de cada gramo, absolutamente cada gramo de alimento que se introduce en la boca. Impacto del ejercicio. Culpabilidad ante una debilidad o un fallo, culpabilidad propia y alimentada por el ojo crítico del observador bien o malintencionado que no comprende la realidad psicológica del otro.
Esta DIABULIMIA es una combinación letal de diabetes y bulimia (trastorno alimentario). Desde mi internado, sintiéndome sola, siempre tenía hambre. Comencé a comer de más. Hallaba la compensación a las carencias afectivas en la comida, me calmaba. Pero empecé a ganar peso y cuando tenía unos quince años, era una niña bastante gordita. No me gustaba como me veía.
No sé cómo, pero con una condición tan “intensa” como la diabetes descubrí que cuando enfermaba empezaba a bajar abruptamente de peso, por lo que comencé a evitar inyectarme insulina (NOTA: Haciendo esto se logran amputaciones, ceguera y sentirse enfermo como un perro, además de desbalancear el organismo por muuucho tiempo con consecuencias irreparables). Resultado: vivía enferma. Vomitaba. Vomitaba hasta la bilis. Constantemente. La hiperglucemia era como mi apellido, y mi organismo era un almíbar (caldo de cultivo para todo lo peor…)
Esto duró muchos años. Muchos.
El último episodio que tuve fue hace dos años. Y fue un episodio aislado. Antes era un modo de vida: comer y enfermar. Dormir. Dormir para no ver pasar la vida. ¿Les parece casual que me curé con sólo encontrar amor incondicional de alguien que me quería de verdad?
A mí no me lo parece.
Los necesitamos. De verdad los necesitamos. Familias, no dejen solos a sus chicos con diabetes. Ni a sus grandes tampoco. Con o sin diabetes. No somos nada sin amor, como diría San Agustín.
¿Ven?
Tantas veces he descarrilado y ahora me siento agradecida.
Hay esperanza. No se dejen estar y busquen ayuda si conocen algún caso.
No están solos.