El elogio a los antojos por pánico
Moviéndose con pesadez hacia la despensa, con los ojos soñolientos, cada movimiento desesperado e incómodo, emerge una figura. Entra en la despensa y se enciende una luz. Hay sonidos de paquetes y de alguien hurgando. Un momento después emerge, con los brazos llenos de totopos de maíz, galletas y otros alimentos ricos en carbohidratos.
La figura, que tiene un nivel bajo de azúcar en sangre, está a punto de sentarse a la mesa de la cocina y entrar en un frenesí de glotonería que haría que Werner Herzog apartara la mirada y susurrara algo sobre el salvajismo sin sentido de la naturaleza.
La figura soy yo. Tengo antojos por pánico.
Mis dos hermanos y yo tenemos diabetes tipo 1. Cuando tenemos un nivel bajo, nos puede aquejar el hambre extrema y en las condiciones adecuadas, cada uno de nosotros puede vaciar la mitad del refrigerador. (Los tres juntos podemos vaciar 1.5 refrigeradores). El término que usamos para referirnos a este fenómeno es “antojos por pánico”.
Los antojos por pánico son algo real. Si le preguntas a cualquier persona con diabetes tipo 1, escucharás historias sobre comer una bolsa entera de chispas de chocolate, tomar dos litros de Sprite de una sola vez o terminarse la mitad de un cheescake. Sin embargo, no parece haber un buen término científico para este fenómeno. “Polyphagia” es el término general para el hambre excesiva (mi traducción preferida del griego es “devorando”), pero esa palabra puede referirse a varias cosas que no tienen nada que ver con la diabetes.
“Polyphagia” parece un término inadecuado para lo que en realidad estamos hablando. “Antojos por pánico”, además de ser menos pretencioso, es una frase más precisa y evocadora.
Y bien, ¿cómo se sienten los antojos por pánico? Un pánico hambriento. Un hambre por pánico. Te sudan las palmas, te tiemblan las manos, a veces puedes sentir cómo tiemblas hasta la garganta y los brazos. La ansiedad truena en tu cerebro y cada dificultad parece amenazar tu vida.
En cierto sentido, la amenaza es real. Tu cerebro se está muriendo de hambre. El cerebro humano es quisquilloso con la comida: necesita glucosa para funcionar y no acepta nada más. Otros tejidos pueden usar combustibles alternativos, pero la materia gris necesita azúcar simple. Sin él, el cerebro comienza a apagarse.
No soy neuroquímico, pero tiene un sentido intuitivo para mí que un cerebro hambriento produce mucha, mucha ansiedad. Cuando tienes un caso genuino de antojos por pánico, la ansiedad se intensifica y se contrae. Tu vida se reduce a una simple ecuación: Comida + Ahora = Supervivencia.
Es una ecuación convincente, del tipo que hace que las matemáticas abstractas parezcan una broma. Tu hambre te arrastra a la cocina, a una sala de descanso o a una gasolinera: donde sea que haya comida. No tienes otra opción. Con los peores niveles bajos de azúcar en sangre, no puedes pensar con claridad. Durante unos minutos, todo tu ser se comprime en un núcleo de hambre.
Una vez que comiences a consumir azúcar, probablemente estarás bien. Pero tan pronto como tu cuerpo registra, “¡Comida!” los antojos por pánico aceleran a su siguiente fase. Quieres más y más. Cuanto más comes, más alimento exige tu cerebro hambriento. Los antojos por pánico podrían ayudar a los actores a comprender la experiencia de ser un zombi que no quiere nada más que cerebros. Solo que, en este caso, tu cerebro es el zombi.
Para mí, lo peor llega alrededor de los 5 minutos. El hambre se convierte en un dolor físico, no solo en el estómago sino también en las extremidades, e incluso cuando eres consciente de que debes reducir la velocidad, no puedes hacerlo.
Esto puede ser malo. La Asociación Americana de Diabetes recomienda tratar los niveles bajos con 15 a 20 gramos de carbohidratos. Por lo general es una dosis insuficiente, según mi experiencia, una solución que incluye “2 cucharadas de pasas”.
Las personas con diabetes que han experimentado hipoglucemia real sabrán que los antojos por pánico pueden catapultar el consumo de carbohidratos a más de 50 gramos. O 100. O 150. Son muchas pasas.
Pero, en última instancia, la ADA tiene razón. Si excedes los 20 gramos de carbohidratos, es posible que sea un tratamiento excesivo. Los antojos por pánico pueden llevar a niveles altos severos. Peor aún, tener un nivel tan bajo y luego uno tan alto puede hacer que el nivel de glucosa en sangre tenga un efecto de yoyo, o suba y baje drásticamente en el transcurso de las horas, lo que lleva a todo tipo de situaciones desagradables.
Por lo tanto, los antojos por pánico son malos desde el punto de vista médico. ¡No trates un nivel bajo en exceso! ¡Sé razonable! Todos lo saben. El problema es este: cuando tu cerebro se muere de hambre, la facultad de razonamiento se vuelve débil y frágil. Los antojos por pánico hacen a un lado la razón tal como un corredor de la NFL que se enfrenta a un tacleador de octavo grado.
Y si puedes guardar un secreto, querido lector, te diré algo más. Los antojos por pánico son algo divertidos. Tal vez la idea sea perversa, pero es placentero saber que zambullirte de cabeza en una bolsa de chispas de chocolate es, en cierto sentido, un acto que te salva la vida.
También hay una extraña clase de dignidad en los antojos por pánico. Demuestran que hay algo dentro de ti que quiere sobrevivir. Te das cuenta del vigor en tu sangre, la energía zumbante de nuestro instinto humano de supervivencia. Es tranquilizador darte cuenta de ese vigor.
No quiero dejarme llevar demasiado por esto. No debes tratar en exceso tus niveles bajos. Aún así, no puedo quitarme la sensación de que los antojos por pánico merecen un reconocimiento y una clasificación adecuada. Son una experiencia muy humana que mezcla sufrimiento, placer y entendimiento. También son una experiencia única de las personas con diabetes.
Entonces, la próxima vez que estés comiendo totopos de maíz a las 3 a. m. sudando frío, trata de recordar que los antojos por pánico tienen valor. Te mantienen vivo. Exáltalos.
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