Hacer las pases con la enfermedad. La historia de una esposa (parte 2)
El viernes siguiente estábamos en nuestro gimnasio. Mi esposo había empezado a derramar unas cuantas lágrimas por el hecho de que estaba tan cansado; no podía hacer la rutina de ejercicios más simple que le acababa de asignar a uno de sus clientes; sentía que se le iban a caer las piernas. Ya estaba listo para averiguar qué andaba mal, dijo. Llamó a un doctor que era su amigo más o menos 15 minutos después, quien le ordenó que se hiciera pruebas de sangre en el CPL a la vuelta de la esquina. Le sacaron sangre en cuestión de una hora.
Estábamos en el gimnasio a la mañana siguiente cuando recibimos los resultados. Muchos de nuestros clientes se habían quedado después de la clase de grupo para ayudar a mi esposo a rediseñar la distribución del gimnasio, algo que ha hecho incontables veces desde ese día. La llamada del amigo doctor ocurrió más o menos a las 10:00. Mi esposo me pasó el teléfono y me dijo que yo debía que manejarlo. La voz al otro lado de la línea era una voz tranquila, pero también pude escuchar un matiz de sorpresa. Me dijo que lo sentía, pero que mi esposo tenía diabetes y que tenía que llevarlo al hospital.
Aún no sabía qué significaba, pero me preguntaba si la voz al otro lado del teléfono tenía idea de lo difícil que iba a ser lograr lo que me estaba pidiendo. Hacer que mi esposo se apartara de un proyecto una vez lo ha iniciado es casi imposible. No estoy exagerando. Es literalmente imposible. Colgué el teléfono y empecé la primera de una serie de peticiones para lograr que fuéramos al hospital. Él me decía que esperáramos más o menos una hora, para que pudieran terminar la tarea que habían empezado.
Llegamos a la sala de emergencias más o menos una hora y media después. Él le dijo a la enfermera detrás del mostrador lo que le había dicho su amigo doctor. Lo invitó a pasar detrás del escritorio y le hizo una prueba de azúcar en sangre: estaba casi en 700. Lo trasladó a una habitación después de las puertas giratorias en menos de un minuto. De verdad. Fue menos de un minuto. Me permitieron quedarme con él. Aún no entendía qué era lo que estaba ocurriendo o las implicaciones de todo esto. En cuestión de diez minutos empezaron a administrarle insulina.
Fue ahí, en esa habitación estéril, con iluminación fluorescente, donde fui testigo de mi primer milagro verdadero. A medida que la insulina entraba a su sistema y empezaba a desbloquear las partes clave de sus células que habían estado selladas durante tantos meses, vi cómo las luces que habían estado apagadas dentro de él comenzaron a encenderse. Mi esposo, quien había adquirido un tono grisáceo, empezó a mostrar débiles señales de que podría una vez más parecerse al hombre de quien me hice amiga, de quien luego me enamoré y con quien luego elegí envejecer. Me parecía estar siendo testigo de una transfiguración. Parecía algo sagrado.
Más o menos una hora después, otro amigo doctor estaba en la habitación con nosotros. Él entendía qué es lo que todo esto significaba. Tomó a su amigo de la mano y reconoció que debía haberse sentido terriblemente mal durante los últimos meses. Y finalmente, mi amor pudo decir que en efecto se había sentido mal por un tiempo. Mal. Muy mal. Entraron otros doctores y dijeron cosas que solo pude escuchar a lo lejos, mencionaron acrónimos que nunca antes había oído y que con el tiempo se convertirían en parte de nuestro léxico cotidiano.
Estuvo cuatro días en el hospital. Lograr que sus niveles de azúcar en sangre llegaran al rango normal fue la parte directa. Lograr que sus electrolitos retomaran el equilibrio resultó ser un poco más complicado. Lo mantuvieron conectado a una sonda intravenosa 24 horas al día. Las enfermeras lo llamaban “Walkie Talkie”, porque era el único paciente que no cumplía obedientemente su papel de “paciente” al permanecer en su cama asignada. No, mi esposo caminaba por los corredores durante horas para pasar el tiempo y mantener la cordura.
Le llevé una alfombra de yoga para que hiciera estiramientos en el piso, algo que asustó a las enfermeras la primera vez que lo vieron. Todos esos gérmenes, dijeron. Le preparé tantas clases distintas de comidas deliciosas como me fue posible que no elevaran sus niveles de azúcar y que pudiera disfrutar. Llené la refrigeradora de las enfermeras con bocadillos bajos en azúcar y hechos con alimentos de verdad en lugar de esa porquería que la cafetería vendía. Fue difícil no perder la compostura una noche cuando alguien pasó por su habitación con un bocadillo nocturno: un paquete de dos Fig Newtons: 78 carbohidratos en un solo paquete. Fue difícil, pero no dije nada, y aparté la vista mientras él manejaba la situación con delicadeza.
Todos tenemos maneras de lidiar con eventos traumáticos: una de las mías es investigar. Indagar e indagar hasta que creo llegar al núcleo de algo: examinar su punto débil hasta sentir que lo conozco bien. Puedo convertirme en una amiga y pareja molesta cuando me comporto así. Supongo que esto me da una sensación de poder, control y propiedad sobre lo que sea.
Así que, naturalmente, eso fue lo que hice cuando la diabetes Tipo 1 llegó a nuestras vidas. Investigué hasta el fondo. Leí las diferentes hipótesis sobre por qué la diabetes y otros trastornos autoinmunes estaban en aumento en las naciones desarrolladas: la relación entre los genes celiacos y la diabetes Tipo 1; las estadísticas aterradoras y los trágicos efectos secundarios que la comunidad médica parece aceptar que son los posibles resultados de la enfermedad. Mientras más leía, menos quería saber. Nunca antes me había pasado algo así.
Necesitaba sentirme útil, una forma de canalizar mi angustia y demostrar mi amor. Así que me propuse preparar las comidas más deliciosas que se me ocurrieran. Experimenté con distintas recetas que eran versiones de sus comidas favoritas, pero bajas en glucemia, bajas en carbohidratos, libres de gluten, adecuadas para personas con diabetes. Esto me dio una sensación de mejoría frente a la impotencia que sentía, al igual que una falsa sensación de poder una vez me embarqué en dicha tarea.
La mayor pelea de nuestra relación ocurrió una noche cuando lo empecé a castigar por comer algo que temía, lo iba a conducir a complicaciones aterradoras sobre las cuales había leído y que aún no entendía plenamente. Mi cabeza estaba llena de estos nuevos hombrecitos y no los podía ignorar; simplemente no hacían silencio.
No recuerdo todos los detalles, pero recuerdo la explosión que se produjo en mi esposo tranquilo. Fue algo nuclear. Y completamente inesperado. Parecía un evento tan improbable como enterarse de que la Madre Teresa se había convertido en una persona racista al final de sus días. No creí que fuera posible. Sin embargo, ahí estaba frente a mí. Y en ese momento, me di cuenta de que lo más amoroso que podía hacer por él era hacerme a un lado y darle espacio para que determinara qué significaba para él, en lugar de que yo tratara de determinar qué significaba para mí. Fue muy difícil. Pero lo logré. O al menos hice mi mejor esfuerzo.
¿Me pregunto si admitir eso revela que soy una persona inherentemente egoísta? ¿Estaba yo más preocupada por qué significaba su diabetes para mí, en lugar de lo que significaba para él? Sin embargo, acababa de encontrarlo después de tantos años en un inútil proceso de prueba y error con otras parejas que no eran parejas en absoluto, solo una práctica para la persona que realmente era para mí. Desearía haber sabido que esas experiencias me estaban conduciendo a mi vida con este hombre, a quien adoro y estoy segura de haber conocido antes, un hombre a quien definitivamente no estoy preparada para perder.
Así que eso es lo que he estado hacienda durante los últimos años. He mantenido la distancia de su diabetes, le he dado espacio para que determine qué ha significado para él diariamente. Por supuesto, me comunico con él: le preparo ricos alimentos que le hacen bien, le pregunto por sus rutinas de ejercicios, cómo se siente, cómo estuvieron sus niveles ese día. Sin embargo, también ha sido como tener a una tercera persona en nuestro matrimonio durante los últimos cuatro años. Y en cierta forma, ella se ha convertido en su relación principal al haberlo escogido, y creo que he estado furiosa por eso. Después de todo, él no moriría en realidad si me ignorara por unas cuantas semanas, ¿o sí? Es una forma descabellada de verlo, lo sé.
Derramé muchas lágrimas cuando regresé a casa, algunas por mí, pero la mayoría por él. Por las formas en las que no lo he apoyado a lo largo de este proceso y al reconocer que él a menudo me deja fuera de sus propios sentimientos acerca de qué es lo que todo esto significa para él porque está tratando de protegerme, pero ¿quién lo ha estado protegiendo a él todo ese tiempo?
Creo que es importante que cuando estamos en cualquier relación a largo plazo, no lleguemos a estar demasiado convencidos de que la forma en la que vemos a la otra persona es quien él o ella es en realidad. Siempre tenemos que dejar espacio para el hecho de que lo más probable es que hayan cosas que no vemos en ellos ya sea porque no podemos o porque no estamos listos aún. Dejar espacio para el hecho de que no podamos ver ciertas cosas porque esa persona nos ama tan profundamente, que pueden ver nuestros temores fácilmente, para que puedan elegir protegernos de algunas de las realidades de sus luchas porque los lastima más ver cómo nos dolemos en lugar de lidiar en silencio con la vida como se les ha presentado.
Ayer aprendí muchas cosas. Aprendí que incluso un unicornio fuerte necesita de una comunidad; necesita saber que no es el único, que incluso los más capaces en medio de nosotros necesitan un descanso de tener que llevar solos sus cargas y necesitan poder sentirse normales de vez en cuando, y pasar tiempo con otras personas que han tenido un destino similar.
También recordé el poder y la libertad increíble que surge cuando compartimos nuestra historia y escuchamos a otros compartir la suya. Y lo que hace que seamos más hermosos casi siempre nace de nuestras cargas y retos más grandes. Incluso este artículo es mi intento por crear algo hermoso a partir de los momentos, las acciones y los pensamientos que no lo fueron.
Desearía tener un último párrafo que le diera un buen cierre a todo esto, unir todas las cosas con una última afirmación verdadera y elegante. Pero no la tengo. Porque no estamos al final de este recorrido, ¿o si? En realidad acabamos de empezar. Simplemente estamos en la fase donde una mitad de nuestro todo se ha despertado del adormecimiento en el que tuvo que estar durante algún tiempo porque simplemente era muy difícil ver todo de una sola vez. Pero ya se ha despertado, o al menos está más despierta que hace algunos días, y está lista para llevar la carga de sus propias emociones sobre el mal tercio: la diabetes Tipo 1. Así que puedes descansar, mi amor, al menos tendrás tanto descanso como te lo permita la vida.
Lee la primera parte de este artículo escrito por J. Duran, Hacer las paces con la enfermedad – La historia de una esposa (Parte I).