MI CUERPO Y YO
Mi cuerpo y yo tenemos una larga historia. Es una historia de lealtad y traición, de aventuras e incidentes, de amor y de torpeza, y todo lo demás. Hemos estado juntos durante 37 años, y durante ese tiempo, mi cuerpo ha sido mi amigo más glorioso.
Cuando era adolescente frente a una enorme pérdida, mi cuerpo me llevó hasta las montañas y a través de huertos llenos de frutos de hueso para hacer vino. Mi familia había sido fracturada por el peso de la pobreza, y nos encontramos viviendo en un pequeño motel en las montañas de San Juan de Colorado, a millas de la vida que había conocido en la ciudad. Pasé años escondiendo mi porte de muchacho sin curvas bajo camisetas holgadas y blusas que no se pegaban al cuerpo, pero en el verano cambié mi vestuario flojo a blusas cortas y camisas sin mangas y me enorgullecí de mis gruesas pantorrillas y potentes cuádriceps.
Me despertaba cada mañana y montaba mi bicicleta, y dejaba que el movimiento de las piernas y el deslizamiento de los neumáticos de tacos sobre tierra apisonada me llevara lejos de los confines físicos de ese deteriorado motel y del estrés mental y emocional de ese momento en mi vida. Mi cuerpo era mi escape, y la bicicleta era mi nave. Entrecruzaba los lechos secos del Río Bravo, pasando por las minas de uranio abandonadas y las cumbres volcánicas escarpadas, y encontraba consuelo en mi cabeza.
Mi cuerpo y yo pasamos los años a partir de entonces persiguiendo sueños. Mientras estudiaba en la Universidad de Colorado en Boulder, aprendí a correr en bicicleta. Mi cuerpo era un amigo fiel durante critériums semanales y carreras largas en carretera, cuando quería desesperadamente dejarlo todo y sin embargo, me obligaba a llegar a la meta. Hay días en que se estrellaba y se desangraba. Un par de veces me tuvieron que poner puntos de sutura y tuve un brazo fracturado, pero mi cuerpo nunca se rindió por completo. Y luego, en el 2007, mi cuerpo comenzó a comunicarme algo diferente.
Mi vientre se había extendido y se había adaptado para dar cabida a mi segundo embarazo. Me alimentaba con cuidado a mi y a mi bebé, comía bien y entrenaba en la bicicleta casi todos los días cuando, sin previo aviso, me empecé a sentir débil y agotada. Mi cuerpo se negó a escuchar mis peticiones para ir más rápido, trabajar más duro, empujar los pedales hacia adelante. Hacía constantes demandas de agua y sueño, y yo no estaba subiendo de peso, como lo había hecho en mi embarazo anterior. Mi cuerpo estaba pidiendo atención, me inundaba con sensaciones de algún trastorno. En octubre del 2007, llamé a mi médico para hablar sobre los mensajes desagradables que mi cuerpo me estaba comunicando y, después de un rápido pinchazo en el dedo en el consultorio, mi médico me envió a la sala de emergencias, donde me diagnosticaron con diabetes tipo 1.
En ese momento, me sentí traicionada por mi cuerpo. Me preguntaba cuándo, exactamente, se había vuelto contra mí. A través de las reacciones mecánicas de ira y desprecio, me refugié en el lugar donde me sentía mejor de mi ser físico y dónde había aprendido a ordenar mis pensamientos de tristeza y pérdida, y todas las ocasiones más difíciles de mi vida. Me fui a casa desde el hospital y me subí a mi bicicleta. Monté durante mucho, mucho tiempo, llena de preocupación lo suficiente como para prestar atención a cada sensación física y emoción generada en mí hasta que, millas más adelante, ya no parecían ser circunstancias misteriosas.
He encontrado un equipo de profesionales de salud que me ha ayudado a que siga montando bicicleta y, con el tiempo, a correr sin el temor persistente y la preocupación constante. Me dieron las herramientas y los recursos para manejar la diabetes y comprender los mensajes que envía mi cuerpo.
Todos estos años más tarde, estoy frente al espejo y veo mis caderas poco femeninas que cargaron a mi hijo y mi hija, mis brazos absurdamente largos que los acunó cuando llegaron sanos al mundo, mis hombros anchos que puede transportar mi bicicleta sobre cercas y escaleras, mis piernas pesadas que pedalean más rápido de lo que jamás imaginé cuando era niña. Amo a mi cuerpo, y me ha demostrado una y otra vez que también me ama. Mi cuerpo y yo hemos sido maravillosamente resistentes y adaptables
Hoy en día, corro mi bicicleta para el equipo de Novo Nordisk; una organización deportiva mundial integrada para diabéticos encabezada por el primer equipo de ciclismo profesional de hombres con diabetes. Se me ha dado la oportunidad de compartir mi historia y competir a un alto nivel, mientras que inspiro a otras personas afectadas por la diabetes. Se me ha permitido ver partes del mundo que nunca podría haber imaginado cuando era una chica de 16 años, manejando sola a lo largo de las montañas Dallas Divide.
Mi cuerpo todavía está haciendo su trabajo, y estamos logrando cosas increíbles juntos. Con el apoyo del equipo de Novo Nordisk, la diabetes me ha proporcionado una gran oportunidad. Todos los días, me lleno de gratitud por mi cuerpo y el viaje que podemos hacer juntos, mientras encontramos nuevas aventuras y perseguimos nuestros sueños.
Otras historias sobre el equipo Novo Nordisk –
“El sueño de un irlandés de montar bicicleta para el equipo de Novo Nordisk” de Stephen Clancy
“Calificador de las pruebas olímpicas para correr en maratón diagnosticado con diabetes tipo 1”, de Tommy Neal