PARIS – CUANDO MI MAMA PENSÓ QUE ME HABÍA PERDIDO


 2016-05-07

La puerta se abrió de golpe y la habitación se llenó de luz. Salté de la cama mientras mi compañera de habitación se incorporaba lentamente. Probablemente eran las 3 o 4 de la mañana, hora de París. Quizá eran las 6 o 7 en California, donde se encontraba mi familia. Una sombra oscura apareció en el umbral de la puerta y nos alumbró con una luz brillante. Llevaba consigo una tabla sujetapapeles y estaba hablando por celular. Examinó la habitación y cuando me vio, apagó la luz y dijo al teléfono “Está bien”. Estaba confundida, pero después de escuchar los sollozos ahogados de mi mamá al otro lado de la línea, me di cuenta de lo que había pasado.

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Veinticuatro horas antes, mi mama y yo habíamos estado en París, celebrando el último día de un viaje increíble. Estuvimos ahí unos días para apreciar juntas los sitios turísticos antes de que empezara una clase de verano en Parsons Paris. Mi mamá y yo somos las compañeras de viaje perfectas. En nuestra familia de seis, puede ser un reto agradar a todos cuando estamos de vacaciones, pero no cuando se trata solo de mi mamá y de mí. Tan pronto como bajamos del avión, fuimos directamente a Le Soufflé y devoramos nuestros soufflés salados y luego dulces. (No me preguntes cuántos carbohidratos tiene cada uno; honestamente no tengo idea y en ese momento estaba demasiado emocionada por comer soufflés en París como para preocuparme por la dosis adecuada).

En el transcurso de los próximos días, visitamos los sitios turísticos de París: la Torre Eiffel, los Champs Elysses, la catedral de Notre Dame, el Jardín de Tuilleries y más. Recorrimos las calles en bicicleta con tranquilidad y aunque era mi primera vez en ese lugar, me sentí en casa de inmediato. Todos los días nos dábamos el gusto de comer Pain au Chocolate y los macarons de hermosos colores en Laduree. Visitamos museos y pudimos ver la increíble exhibición de Marc Jacobs / Louis Vuitton;  me bajó la glucosa y tuvimos que desviarnos para tomar una gaseosa. Estaba viviendo mi sueño, ya que finalmente pude visitar el lugar por el que siempre había sentido una sed insaciable.

Mi mamá me fue a dejar al hotel donde me quedaría mientras durara mi clase y viajó de regreso a California. Subí a conocer a mi compañera de habitación e iniciar la inevitable discusión sobre diabetes tipo 1. Ahora estoy mucho más segura en relación con la diabetes que cuando estaba en la universidad. Siempre sentía la necesidad de encajar y me avergonzaba un poco el tener que explicarles mi situación a las personas. Pero sabía que tenía que contárselo a mi compañera de habitación por si algo pasaba. Por suerte, lo tomó bien, pero yo también le resté importancia a la seriedad del asunto al asumir que nada malo ocurriría. ¿Por qué habría de hacerlo?

Luego de pasar ahí la primera noche, me desperté temprano en la mañana. Estaba lenta y confundida; todo estaba borroso. Tenía la blusa pegada a la espalda, pegajosa a causa del sudor frío. Cuando traté de incorporarme, una ola de mareo me golpeó la cabeza y casi me envía de vuelta a acostarme. Que desgracia, pensé. Me bajó el azúcar. Que esgracia. Será mejor que le envíe un mensaje de texto a mi mamá.

Esto fue antes de que exisistiera Dexcom Share, así que por las noches le enviaba un mensaje de texto a mi mamá para que al menos supiera si tenía los niveles bajos y para que estuviera pendiente si algo sucedía. Por lo general, su sexto sentido de madre ya se había activado y ella ya estaba despierta, afirmando que tenía un “presentimiento”.

Le envié el mensaje y luego salté de la cama y me dirigí al pequeño refrigerador que estaba al otro lado de la habitación. Dentro había una caja con tres macarons que estaba guardando. Sin embargo, me los metí todos a la boca. Dolorosamente me atraganté un postre francés que se supone, debes disfrutarlo lenta y deliberadamente. Que desgracia, pensé de nuevo, mientras recorría la habitación con la vista y sentía cada vez más pánico. Ya no tengo más azúcar. Seguimos hablando por mensajes de texto mientras con paso vacilante me ponía unas zapatillas y salía de la habitación, tratando de no despertar a mi compañera. Tomé el elevador al segundo piso, donde estaba el pequeño restaurante y el área de cocina. Vi con desesperación las mesas vacías y las ventanas cerradas, pensando que al menos habría una máquina dispensadora. Finalmente vi los paquetes de azúcar apilados en el tazón en una estantería a mi derecha. Abrí un paquete de azúcar blanca pura y vertí su contenido en mi boca seca, mientras tranquilizaba a mi madre, con quien hablaba por teléfono, y le decía que estaba bien. Me comí unos cuantos paquetes más, guardé un par en los bolsillos de mis pantalones cortos de pijama y subí de nuevo. Sentía que mis niveles ya no estaban tan bajos, pero estaba exhausta. Entré a la habitación y me volví a acostar.

Lo que recuerdo después son los golpes en la puerta, las luces brillantes, la chica con el teléfono y el llanto de mi madre. Vi mi teléfono y encontré la lista más larga de mensajes de texto llenos de cada vez más preocupación, luego una y otra llamada. Que desgracia, pensé por enésima vez esa noche. Me quedé dormida antes de decirle a mi mamá que ya me había subido el azúcar. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Debió haber pensado que estaba muerta.

Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras tomaba el teléfono y le decía a mi mamá una y otra vez cuánto sentía haberme quedado dormida y lo mal que me sentía por no haberle dicho que estaba bien y que mis niveles de azúcar también estaban bien. Me sentía terrible. Mi familia debió haber estado muy asustada. Sabía que mi mamá estaba tratando de no llorar; ella no deja que nadie la vea llorar, pero sabía lo asustada que había estado. No conozco el temor de perder a un hijo verdaderamente; sé que no lo conoceré hasta que tenga a mis propios hijos, así que solo puedo imaginarme cómo debió haberse sentido.

Después de la llamada, cuando me volví a acostar, me sentí terrible y afortunada. Terrible por haber ocasionado este estrés, pero afortunada por tener padres tan amorosos. Desde el día en el que fui diagnosticada han estado allí para mí. Han sido los primeros en educar a todos los que nos rodean y en recaudar fondos para encontrar una cura. Pensé en todas las otras noches sin dormir que mi mamá había soportado, ya sea para revisar mis niveles de azúcar en la sangre a las 2 de la mañana, mientras yo dormía, o simplemente las preocupaciones en torno a la diabetes tipo 1, todos los factores desconocidos y los escenarios hipotéticos. Durante todo el proceso ella había sido fuerte por mí, tal como lo sigue siendo hoy. Le envié a mi mamá otro mensaje para decirle que la amaba y que le enviaría un mensaje en la mañana para avisarle que estaba bien.

Cuando me desperté al otro día hice precisamente eso. Y cuando regresé de mi clase en la tarde, había una caja entera de Fed-Ex llena de dulces esperando por mí. No es necesario decir que nunca más me quedé sin azúcar, porque tengo a la mejor mamá del mundo.

Gracias mamá, por todo lo que has hecho y sigues haciendo por mí. No podría estar más orgullosa de llamarme tu hija y todos los días agradezco el poder tenerte como mamá.

ESCRITO POR MARY LUCAS, PUBLICADO 05/07/16, UPDATED 04/20/18

Mary fue diagnosticada con diabetes tipo 1 en 1998 a los siete años de edad, y a pesar de que ha padecido la enfermedad durante 17 años, la sigue enfrentando con una sonrisa y una perspectiva positiva todos los días. Asistió a Parsons the New School for Design en Nueva York, donde estudió diseño de modas con énfasis en ropa para niños. Ahora en su papel de gerente de Socios de la Comunidad y Programas, a Mary le encanta conectarse y compartir historias, consejos y trucos con otros diabéticos. Creció cerca de la filantropía y le apasiona vivir bien con DM1, encontrar una cura, desarrollar Beyond Type 1 y Lola, su perra bulldog francés. Encuentrala en Instagram como @MaryAlessandraa