Una decisión que le salvó la vida – parte 1


 2018-07-30

Nota del editor: Una versión de este artículo apareció primero en la revista Diabetes Wellness, publicada por Diabetes NZ. ¡Beyond Type 1 se está asociando con Diabetes NZ para la semana Kiwi Takeover (el relevo kiwi)!


Nuestra historia comienza en Tailandia, en enero de 2016, al borde de una decisión casi catastrófica para hacernos a la mar.En ese momento, nuestro hijo Braca, de 4 años, estaba mostrando signos de aumento de una enfermedad, pero no podíamos identificar la causa. Como lo sabe cualquier persona que haya experimentado diabetes, los síntomas lentamente se apoderan de ti.

Al principio hubo un aumento de sed y aumento de orina, entendible en una mudanza a los trópicos. Luego mostró signos de disminución del apetito, pero a los niños pequeños se les conoce por ser quisquillosos para comer. Luego comenzó a sentirse letárgico y mostraba poco interés en las actividades sociales normales, que interpretamos como aburrimiento, entendible debido a un cambio de entorno. Al darme cuenta de que algo estaba sucediendo, ya fuera físico o emocional, lo llevé a la clínica de salud y el médico le diagnosticó deficiencia de vitaminas. Tenemos una pequeña caja de multivitaminas. Pero las cosas comenzaron a empeorar. Comenzó a orinarse en la cama, a dormir durante el día, a rechazar comidas por completo; las cosas no estaban bien. Lo llevé al hospital internacional y el médico lo diagnosticó úlceras en la garganta y estreñimiento. “Una semana y él volverá a la normalidad”, prometió el médico. Nos fuimos con un enema y una receta para aftas orales.

Mientras tanto, continuamos preparándonos para nuestra temporada, un viaje de un año que nos llevaría a 12,000 millas a través del Océano Índico. Las provisiones estaban completamente abastecidas, una multitud de requisitos de mantenimiento de la embarcación marcados en la lista, 850 litros de diesel y 1400 litros de agua se encontraban en nuestros tanques. El bote estaba listo para irse, y nosotros también. Por delante se encontraban los colores de Sri Lanka, el collar de aguamarina de las Maldivas, el aislamiento de Chagos y los retos de África. Después de toda la presión del trabajo constante en el barco y la preocupación por Braca, tuve ganas de asomarse al púlpito con los brazos extendidos hacia el mar y gritar a todo pulmón: “Océano Índico, gracias por esperar. ¡Finalmente estamos en camino!”.

Despejamos las aduanas de Tailandia el 10 de enero de 2016 después de que el médico nos diera la luz verde y navegamos a nuestro punto de partida.Aún así, tenía la sensación de que las cosas no estaban bien. La noche anterior a la partida deambulamos por un carnaval local, tratando de entrar en el espíritu festivo, pero Braca seguía arrastrando los talones y quejándose de que le dolían demasiado los huesos como para caminar.

Mientras lo empujábamos a través de la multitud, apático y letárgico, ninguno de nosotros confiaba en que su condición física coincidiera con su diagnóstico. Entonces las cosas comenzaron a girar en espiral. Ya le habíamos dado la mitad de sus medicinas, pero todavía estaba triste y parecía miserable. Durante la cena, vomitó violentamente en un mercado de puestos. Lo llevamos de vuelta al bote, lo metimos en la cama e inmediatamente nos conectamos a Internet. Letargo. Pérdida de peso. Aumento de la sed. Aumento de orina. Ninguno de sus síntomas coincidía con el diagnóstico del médico tailandés. Lo que sí salió en el resultado de las búsquedas era inimaginable: la enfermedad de Addison, depresión, diabetes o cáncer. Comenzamos a cuestionar el diagnóstico del médico y en un momento decisivo volvimos a tierra. Fue una decisión que probablemente salvó la vida de nuestro hijo.

A la primera luz, levantamos el ancla y corrimos de regreso a Phuket. Durante la noche, Braca se había deslizado en un patrón respiratorio pesado y rítmico diferente a todo lo que había visto antes y yo estaba muerta de miedo. Tras haber salido de Tailandia, ahora estábamos de vuelta ilegalmente, pero no tomamos en cuenta el protocolo de aduanas y corrimos al departamento de pediatría del Hospital de Bangkok, en Phuket. El médico estuvo de acuerdo con nuestras preocupaciones: la pérdida de peso, los vómitos y la respiración rápida no eran signos de una infección oral estándar, ni tampoco la hiperventilación o deshidratación que estaba mostrando. Braca fue trasladado de inmediato a la unidad de cuidados intensivos y fue tratado con un muchos goteos, drogas y agujas. Nuestro hijo pronto fue diagnosticado con diabetes tipo 1 y en estado crítico. Con niveles de glucosa en la sangre altísimos y una cetoacidosis grave, estaba en la etapa final antes de que su sistema dejara de funcionar .

“Sin suficiente insulina, el cuerpo de su hijo ha sido incapaz de procesar azúcares y ha estado quemando grasa para sobrevivir.Como resultado, el desecho de cetonas ha estado acidificando su sangre y, si no se trata, entrará rápidamente en un coma diabético. La gente se puede morir por una cetoacidosis”, nos dijo el médico.

A través de una espesa niebla de conmoción e incredulidad, caímos aturdidos en un universo alternativo, vagamente conscientes de que nuestros planes, sueños y estilo de vida se habían estrellado contra las rocas de una enfermedad incurable. Cuatro días en cuidados intensivos con un niño de cuatro años es una de las experiencias más tristes y atemorizantes que cualquier padre puede pasar. Me senté al lado de su cama y lo observé dormir durante horas y horas, un niño pequeño entusiasta y enérgico, que había sido privado de toda su energía y espíritu.Unos tubos largos salían en espiral de su cuerpo, conectados a una compleja variedad de máquinas que pitaban y parpadeaban.

Al mismo tiempo, era un alivio estar en manos de expertos médicos y bajo la debida atención después de las vertiginosas semanas de confusión e impotencia. Ninguno de nosotros había imaginado que tenía una enfermedad tan grave; nos habíamos burlado del diagnóstico que nuestra investigación en línea había predicho.Recuerdo que miré a mi esposo y le dije: “¡Seguramente nada de esto se aplica a nuestro hijo!”. Nunca imaginamos lo peor, pero parecía que lo peor nos estaba acechando.


Continúa leyendo la historia de Braca en: Una decisión que le salvó la vida – Parte 2.

ESCRITO POR Kia Korrop , PUBLICADO 07/30/18, UPDATED 08/01/18

Kia Koropp y John Daubeny han estado navegando alrededor del mundo desde 2011 en un yate Ganley Solution de diseño neozelandés, haciendo pausas en el viaje con contratos de trabajo de seis a ocho meses en Nueva Zelanda y Australia. Sus hijos Braca, ahora de 6 años, y Ayla, de 4, nacieron en Auckland. En el momento que se escribió la historia, la familia navegaba en el este del Océano Índico y las Maldivas. La familia es propietaria de una casa en Kumeu, Auckland, y allí es donde planean restablecerse en tierra cuando terminen su vida de navegación (¡en una fecha que se confirmará!).