Una urgencia para nosotros pero no para ellos
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Diego nace a través de una cesárea, al nacer pesó 2,900 kg, y midió 45 cm. Además, tenía una coloración amarilla, y tuvo que quedarse bajo observación dos días. Fuimos dados de alta del hospital con recomendaciones para que nuestro pequeño recuperara su color normal, después de la primera semana de nacido el niño comienza a tapase su nariz (pensamos que era alegría al clima), vamos al pediatra y nos recomienda los medicamentos para la alergia.
Llanto y deshidratación
A la semana siguiente, nuestro niño presentaba sudoración excesiva y mucha sed, como recomendaciones de nuestra familia le dimos agua de anis considerando que en el mes de noviembre no hace tanto calor para que se presentara una deshidratación.
A la tercera semana asistimos a nuestra visita con el pediatra y se observa al niño relativamente bien con un peso adecuado a su edad. A la cuarta semana, Diego lloraba mucho, continuaba con sed e incluso comenzó a perder peso. El pediatra nos recomienda entonces usar algunas vitaminas para fortalecer su sistema inmune. La nariz De Diego se seguía tapando.
Después de un mes, a principios de enero de 2005 asistimos a nuestra clínica del IMSS de Izamal de donde somos originarios por la vacuna de los dos meses pero nos encuentran que no hay la vacuna por lo que optamos por ir al pueblo más cercano para que el niño non quedara sin la vacuna, al llegar observamos que los refrigeradores se encontraban en limpieza y las vacunas fuera de los mismos. Aún así la vacuna fue aplicada.
Cuando llegamos a casa, Diego presentó fiebre pero pensamos que era parte de la evolución o reacción de esta vacuna. En el transcurso de la noche/ madrugada 3:00 am el niño comienza a presentar una agitación, complicaciones para respirar. En aquél entonces mi esposo y yo teníamos 19 y 20 años y vivíamos en la casa de mis suegros.
Al observar esta reacción inmediatamente avisamos a los abuelos, quienes nos dijeron que lo observáramos y que si el niño seguía con la complicación al respirar nos dirigiéramos de inmediato al hospital. Hicimos guardias entre mi esposo y yo observándolo, tristemente, Diego continuaba con una respiración agitada. Al día siguiente mis suegros se fueron a trabajar, nosotros nos quedamos bajo el cuidado de Diego.
Mi suegro volvió a las 10 am y se dió cuenta de que Diego había empeorado así que inmediatamente conseguimos un transporte para dirigirnos hasta Mérida ya que en Izamal no lo atendieron por no tratarse de una urgencia para ellos.
Una urgencia para nosotros pero no para la clínica
Logramos llegar hasta Mérida en auto con muchos riesgos en el camino por lo complicado que ya se veía el niño. De repente la respiración era muy poca y entramos a un pueblo en donde lo reanimaron y nos pidieron continuar el camino directo al hospital de Mérida.
Por cosas del destino llegamos a la cruz roja, inmediatamente le conectaron oxígeno, lo inyectaron para evitar una convulsión y nos enviaron al hospital de la amistad que se encuentra en el sur. Al ser ingresado se le hicieron estudios durante un día completo y no le encontraban nada, al realizar la última prueba fue que los médicos se dieron cuenta de que mi hijo presentaba una cetoacidosis diabética. Para ese entonces ya no me daban esperanza de vida, no era común que un niño a tan corta edad (dos meses) presentara diabetes.
Diego estuvo internado por dos meses, se le continuaron realizando estudios, mientras tanto el permanecía conectado a la insulina por 24 horas, localizamos a un endocrinólogo, Hugo Laviada el cual fue hasta ese hospital a revisarlo, nos dio indicaciones a nosotros papás y a los médicos que llevaban el control.
Cetoacidosis diabética
Así logramos el control de la cetoacidosis diabética. Mi esposo y yo recibimos capacitación para poder tener al niño en casa, aprendimos a inyectarlo, los cuidados, los alimentos, después de esta gran lección de vida hemos luchado día a día a su lado para poder llevar un control de la diabetes.
Este camino ha sido muy difícil, afortunadamente siempre henos tenido el apoyo de la familia para poder salir adelante. Conforme Diego fue creciendo fue presentando algunas infecciones urinarias ingresando de nuevo al hospital mínimo una semana, hemos asistido a terapias psicológicas, nutriólogos, endocrinólogos, el apoyo del Dr. Hugo fue de gran ayuda para nosotros y para el niño, nos ofrecía las consultas a costos muy bajos, el pediatra también nos apoyaba, y la familia también.
Ángeles de CEMANUD y la Asociación
Económicamente no podíamos cubrir todos los gastos, hasta que un día llegamos a un lugar llamado CEMANUD en el cual encontramos más ángeles que nos dieron la mano. Una de esas persona es la nutrióloga Leticia la cual nos envió a la que hoy consideramos como nuestra segunda casa, la Asociación Mexicana de Diabetes en el Sureste.
Cuando llegamos nos atendió María José y nos explicó todo el proceso y lo que significaba formar parte de esta nueva familia y desde entonces hemos recibido educación en diabetes y hemos conocido a muchas personas que están viviendo lo mismo que nosotros, esto nos sirve de apoyo para superar emocionalmente este proceso para mi hijo y para la familia.
Al cumplir los 11 años el 23 de septiembre Diego comienza a padecer epilepsias, y anexamos a la lista de médicos neurólogos, al presentarse este último problema de salud nos informan que la diabetes no es el motivo por el cual presente las epilepsias. Hasta el día de hoy continuamos con esta lucha, es difícil para él, para nosotros, para la familia. Ahora Diego está atravesando por la pre adolescencia y su humor varía mucho, pero seguimos en la lucha. No nos detendremos.
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