Escalada a la Cima del Monte Kazbek: una historia de diabetes Tipo 1


 2019-01-17

 

Nota del editor: Pavel Rosen es líder del capítulo de Type One Run en Riga, Latvia. Él celebró su cumpleaños número 30 escalando el monte Kazbek, una de las montañas más grandes en el mundo.  


Día 1

A los 21 años, me diagnosticaron diabetes Tipo 1. Celebré mi cumpleaños número 30 con un regalo increíble: escalar el monte Kazbek. A 5047 metros sobre el nivel del mar, es el séptimo pico más alto de Europa. En la base, está a 25 °C grados durante el día y 10° C en la noche. En el pico, está a -10 °C grados durante el día, y no quiero saber a cuánto en la noche…

Mi mochila pesaba alrededor de 27 kg. Éramos dos: una chica pequeña, Nino y yo, y George se nos nos unirían en el campamento base. Ninguno de nosotros había estado allí, ni a esa altura, y no teníamos experiencia en escalar picos. Planeábamos subir en seis días, aumentando lentamente la altura de 500 a 700 metros y descender en un día. Hicimos nuestras investigaciones, nuestras mochilas estaban bien pensadas, con equipo adjunto. Teníamos tres conjuntos de necesidades diabéticas. En cada uno había insulina, un glucómetro, tiras, glucagón, varios glucómetros de repuesto y tiras visuales. Mi glucómetro principal, un Contour Plus, era de Bayer y se decía que funcionaba hasta 6200 m y 5 °C. Fue el único dispositivo para medir los niveles de glucosa que pude encontrar que funcionaría con tales extremos. Además de esto, tenía Bounty Bars (barras de coco y chocolate) y varios medicamentos.

¿Por qué necesito todo esto? Cuando me diagnosticaron, decidí que si podía controlar la diabetes mientras escalaba, sería mucho más fácil en la ciudad. Comencé a hacer senderismo, haciéndome camino hasta caminatas de una semana. Me sentía más y más atraído, entrenándome a diario, montando bicicleta, participando en medias maratones. Creo que uno debe hacer cosas que asusten, ya que motivan a mejorar, da miedo, y uno trabaja y se prepara. En la tarde del 25 de agosto, mi cumpleaños, en lugar de beber e ir a fiestas, estábamos subiendo lentamente a una montaña hacia un monasterio. En ese momento, supe que era más fuerte y mejor que seis meses antes.

Día 2

De acuerdo con nuestro plan, el 26 de agosto debíamos habernos trasladado desde el monasterio Sameba (2170 m) hasta el primer campamento en Sabertse (2900 m). Sin embargo, desarrollé síntomas de náuseas y vómitos. Esta última es una de las partes más aterradoras del mal de altura, ya que te agota, disminuye los niveles de azúcar y hace que sea imposible aumentarlos sin un glucagón. Simplemente no podía creer que aquí se acabaría, me había dado mal de altura a una altitud tan baja, ¡imposible! Caminamos 500 m hacia las sombras para acampar y dormí allí todo el día. Por la noche, me sentía mucho mejor y la vida se hizo mucho más brillante. Mientras dormía, dos chicas alemanas y dos chicos de Moscú se unieron a nuestro campamento. Más tarde, nos acompañaron dos hombres turcos, así como un ucraniano de 59 años que estaba escalando solo. Tuvimos un invitado más, un perro pastor, que pasó toda la noche con nosotros. Los perros alrededor del monasterio actúan como si cada campamento fuera su hogar y lo protegen de vacas y extraños. Siempre son amables con las personas, sienten que son necesarios y que están en el lugar correcto. Aquí con esta compañía, junto a la fogata en la niebla, pasamos la noche. Me alegré tanto de no estar enfermo y de saber que podríamos seguir escalando.

Día 3

Nos levantamos a las seis de la mañana, alimentamos al perro y comenzamos a caminar. Decidimos ir directamente a Meteo, esto significaba 1500 metros más de altitud y alrededor de 8 a 10 horas de caminata. Por cada hora de caminata, me comía media barra de dulce. Traté de mantener mi azúcar en 8, pero por supuesto esta a veces intentaba subir o bajar. Me inyecté una dosis baja de insulina en el almuerzo para poder quemarla en el camino. Un conjunto de plumas de insulina, glucómetro y glucagón colgaban de mi cuello en un Ziploc impermeable y Nino tenía mi paquete de repuesto. Otra gran cantidad de insulina y un glucómetro adicional estaban en una bolsa impermeable en mi mochila. Por la noche, todo esto se quedaba en mi saco de dormir. Le preguntaba constantemente a Nino: “¿Dónde está mi kit?” Mi temor era que la insulina se congelara: un glucómetro se puede calentar, pero no la insulina.

Había más de cien tiendas en total una vez que llegamos a Meteo. Preparamos la nuestra tan rápido como pudimos al lado de un grupo de Rusia y fuimos a la cocina. La cabaña Betlemi es un edificio con una fachada multicolor, a una altitud de 3673 metros. Es un paraíso para los escaladores. El lugar es como una nave espacial congelada en el tiempo, una isla cortada por un glaciar. En el interior hay varias salas de estar con literas, una sala de guías y una cocina. La cocina está llena de gente, todos se sientan uno al lado del otro. Hay checos, polacos, rusos, ucranianos, lituanos, holandeses, alemanes, italianos, etc. Fuimos invitados a una cena hospitalaria con amigos de George. Consistía en gachas de arroz, chocolates, queso y salchichas. Todas las paredes estaban llenas de pegatinas de agencias de turismo deportivo y frases. No había espacio libre, incluso el techo estaba decorado con banderas. Lamentablemente, también había un par de anuncios de personas desaparecidas.

Era difícil respirar aquí por dos razones: la primera es la altitud. Cuando caminas hacia la cocina, te falta el aliento como si hubieras corrido con una mochila pesada. La segunda razón es el aire seco y fino lleno de polvo de las rocas. Absolutamente todo está cubierto de polvo, nuestra tienda se llenó de polvo después de un par de horas. La mitad de las personas tienen tos por faringitis aquí. Nino estuvo en Meteo hace tres años y dice que absolutamente nada ha cambiado. Después de prepararnos, atar la tienda a las piedras, arreglar las cosas y tratar de meter 50 kg de nuestras cosas y dos cuerpos en una tienda pequeña que pesa 2.2 kg, finalmente nos quedamos dormidos.

Día 4

Durante medio día solo descansamos. Mis niveles de azúcar comenzaron a aumentar por sí solos y empecé a inyectarme una unidad de insulina cada hora, lo que me ayudó. Esto era de esperarse, había oído que para muchas personas con diabetes, la necesidad de insulina después de 3000 metros aumenta.

Nos enteramos de que los próximos dos días serían de tormentas eléctricas. Esto significaba que nuestro plan de mover el campamento a la meseta la siguiente mañana y luego ascender, no sucedería, ya que estaríamos atrapados en la meseta en la tormenta. La perspectiva de sentarse en una tormenta en una placa de hielo abierta, soplada por los vientos y esperando el buen clima, no nos parecía buena idea. Con noticias de la previsión del tiempo, el campamento se hizo más vivo. Algunos comenzaron a moverse a la meseta rápidamente, otros comenzaron a prepararse para ir a escalar por la noche. Sentimos que no teníamos ni la fuerza ni la máquina del tiempo para prepararnos para una caminata de seis horas esa noche, pero la atmósfera fue alimentada por personas que bajaban de la montaña y nos mostraban sus fotos perfectas. Hablamos con George, y después de reflexionarlo y hablarlo, decidimos ir antes de lo planeado en un grupo de cuatro personas. Reunimos las cosas rápidamente y nos fuimos a la cama a las 7 p. m. El despertador nos despertaría a las 12 a. m., antes de que comenzara la tormenta a las 2 a. m.

Día 5

Nos despertamos con la alarma a las 12 a. m. El viento sacudía brutalmente la tienda y no tenía ganas de llegar a la cima. Pero de todos modos nos apegamos a nuestro plan. Los lugareños dijeron que no, que el viento no era un regalo, pero que el ascenso era posible y que se calmaría. Salimos en completa oscuridad. Inmediatamente, mi cara comenzó a sentir el frío, y un par de horas más tarde, tenía acidez estomacal y dolor de cabeza. En mi vida diaria, mi azúcar suele ser de 6,7. Soy una persona con diabetes razonable, pero ahora mis niveles habían subido de los niveles habituales de 8 a 10 a 13 a 15. Tomé pastillas para mis síntomas, me inyecté insulina y fui más lejos. Intenté respirar profundamente, tanto como lo permitía la temperatura. Una hora más tarde, todos mis síntomas desagradables desaparecieron, aparentemente mi elección de píldoras valió la pena. En la oscuridad total, una serpiente de más de cincuenta faroles se alzaba en la montaña. Cada luz era una persona que venía a buscar algo dentro de ella misma aquí. Escalamos obstinadamente contra el frío, el viento y la fatiga. Cuatro horas después, llegamos al glaciar. Realmente no tengo botas adecuadas para este viaje, pero mis calcetines para fríos de -30 °C me salvaron; lo único mejor que estos calcetines sería un gato, una manta y un café con coñac en casa.

Llegamos a la meseta, y la distancia entre nosotros y los grupos por delante de nosotros parecía aterradora. Estaban tan alto que se veían como puntos que se arrastraban. El sendero era estrecho, con un ancho de dos pies hacia arriba en zigzag. Por un lado, la superficie de la montaña, y por el otro, el abismo hacia abajo. Se estaba haciendo más difícil subir con cada paso. Ya llevábamos unas seis horas de caminata. El agua de los sistemas de agua estaban congelados, le di té a Nino y traté de engañar mi propia sed con chicle y caramelos para la tos. El ritmo de nuestro grupo se había ralentizado. Como a paso de tortuga, llegamos a la “silla de montar”. Kazbegi tiene dos cabezas, y una llamada silla de montar entre ellas. Hacía calor, brillaba el sol y en la nieve hay todo un grupo de personas coloridas disfrutando de la vista y descansando. El clima nos había ayudado: no había viento ni nubes. Más tarde, uno de los guías dijo que estos eran los mejores días de la temporada y que siete de sus últimos doce grupos no habían llegado a la cima, por razones climáticas o fisiológicas.

Dejamos las mochilas en la nieve y retomamos la caminata final a nuestro ritmo de caracol. El proverbio chino dice: “Rápidamente, es lento, pero sin detenerse”. La última etapa nos llevó otra hora, ¡pero lo logramos! Llegamos a la cima, habíamos llegado a Kazbegi. Este no era el camino de una caminata de siete horas, o cuatro días desde el pie de una montaña. Este fue un camino de medio año desde el momento en que nació la idea en mi cocina, hasta el último paso hacia la cima. No encontramos una sola persona con diabetes Tipo 1 que estuviera en la cima de Kazbegi y no tenemos conocimiento de nadie que lo haya hecho con diabetes Tipo 1. Anonadados y felices, nos miramos. Tenía dos carteles conmigo que decían, “Fuck You Diabetes” (vete al diablo diabetes) y “My Diabetes My Rules” (mi diabetes mis reglas): fue difícil elegir.

Descender fue más desagradable que ascender, ya que es más traumático y hay más estrés en las articulaciones. La incomodidad había regresado, se sentía como si tuviera una fuerte resaca. Bajamos lentamente, el sol se calentó y el agua de la tubería del sistema se derritió, y solo entonces me di cuenta de cuánto quería tomar agua. Ya que la única opción era descender, nos administramos nuestro cóctel favorito: medicamentos, analgésicos, insulina inyectada para mi azúcar a las 10 y caminamos hacia abajo. El agua se agotó después de tres horas, y tuvimos otra ronda de sed. Se dice que en las montañas, la deshidratación ocurre más rápido, ya que los pulmones evaporan la humedad en el aire enrarecido. Se seca todo, hace que los labios se agrieten e inflama las fosas nasales. Después de estar en este estado durante nueve horas, llegamos a Meteo. Comimos y yo me tomé tres litros de agua. Conversé con algunos checos y bebimos licor fuerte para celebrar nuestro éxito mutuo.

Días 6 y 7

Descendimos del glaciar con bastante facilidad y ya estábamos imaginando lo que comeríamos para la cena. Nuestros sueños se desvanecieron cuando llegamos al lugar donde conocimos a George en el camino aquí. Ese día estaba más frío pero ahora hacía mucho más calor, lo que provocó que el glaciar se derritiera. La corriente del arroyo se había enfurecido y llevaba rocas; casi me arrancó un palo de trekking de las manos cuando me incliné para ver abajo. Nos quedamos y nos preguntamos por mucho tiempo: saltar o no saltar, ¿y cuál sería la mejor manera de asegurarnos? Al final, decidimos no saltar. Llegaron tres chicas polacas, y dos decidieron saltar. Una lo hizo bien, pero la otra se resbaló. Fue arrastrada por el arroyo de unos cinco metros hasta que la atrapó su amiga. Decidimos que tomamos la decisión correcta de buscar un camino alrededor.

Instalamos una tienda de campaña en un lugar de acampada al lado de los otros montañistas. Encontramos madera con éxito, protegimos el lugar para la fogata con piedras planas y durante unos 30 minutos intentamos hacer un fuego. A una altura de unos 3000 metros, todo ardía con dificultad, solo los envoltorios de las barras de dulce Bounty se quemaron bien y nos ayudaron a encender la fogata. Miramos las estrellas, tomamos cerveza y, finalmente, no teníamos que apresurarnos a ir a ningún lado. Quedaban solo unas tres o cuatro horas más de descenso y luego estaríamos en el pueblo, en un café, esperando nuestro almuerzo y mirándonos en el espejo detrás de la barra.

Reflexión

En general, este viaje influyó en mis sentimientos sobre compensar por la diabetes. Después de una semana de escalada, es mucho más fácil para mí planificar mis comidas y apegarme a ellas, y tener en cuenta la cadena de decisiones para la diabetes. Me parece que estas son habilidades muy importantes, ser capaz de planificar y evaluar riesgos. Aprendí cómo planificar para situaciones negativas. Aprendí a decir con orgullo que tengo diabetes. Lo más importante que me ha dado la diabetes es la conciencia. La muerte es la única garantía 100 % que tenemos en la vida, y motiva vivir una vida interesante aquí y ahora, luchar, no perder el tiempo en tonterías. Haz algo que te traiga alegría y te haga sentir mejor. Vive para hoy.

 

ESCRITO POR Pavel Rozens, PUBLICADO 01/17/19, UPDATED 04/01/19

Pavel Rozens es líder de Type One Run capítulo Riga, Latvia. Sus pasiones incluyen escalar, la lectura y la buena literatura.