SEXTA PARTE: 151


 2017-01-03

kate-felton-151-thumb“Es 151”, dijo él con una voz tensa y desconcertada. “¿Qué significa?”

Apenas podía escucharlo. Sentía como si estuviera cayendo en un hoyo negro. Mi visión se nublaba por los bordes. No podía respirar bien. La habitación tenía una luz tenue y estaba tranquila. Una cama grande ocupaba la mayor parte del inmueble, pero había una pequeña cuna blanca cerca de la ventana y un columpio blanco sobrecargado en la esquina de la habitación. Parecía algo muy pacífico, una madre y un bebé meciéndose tranquilamente en la esquina de una habitación silenciosa, pero la realidad era mucho más dura, un poco como el color de las paredes, un beige amarillento que era una mala elección para un cuarto pequeño con muy poca luz natural. Un color que, finalmente, en el fin de semana del cuatro de julio pinté en un arrebato de locura, parándome sobre las pilas de ropa sucia y niños gritando con contenedores de helado viejo llenos de pintura blanca fresca, pintando una esquina, una pared, una capa a la vez, mientras Jim observaba sonriendo perplejamente, sin decir nada ni siquiera para ofrecer ayuda. No hay forma de detenerme una vez me propongo algo. Él estaba consciente de eso.

Sin embargo, aquella noche, las paredes seguían con ese color beige amarillento. Me sentí al borde de las lágrimas o a punto de vomitar o, probablemente ambas, el peso de mi dulce bebé en mi pecho era lo único que me mantenía atada a la tierra.

Ciento uno. Ya me había convencido a mí misma de que ella lo tenía. Había utilizado el baño seis veces en esa tarde. Constantemente estaba hambrienta. Me imaginaba conducir hacia el hospital, el terror en su rostro cuando llegara el momento de la primera inyección de su vida. Todo había terminado. Mi vida, como la conocía, había terminado.

Era tarde. Las niñas estaban durmiendo. Jim y yo habíamos estado platicando en susurros sobre nuestras preocupaciones, hasta que no pudimos soportarlo más. Él ingresó sigilosamente a su habitación y pinchó su dedo mientras ella dormía sin despertarla, una habilidad en la que nos habíamos convertido muy adeptos a lo largo de los últimos 3 meses, pero en lugar de la cama de abajo de la litera en donde nuestra dulce P dormía, se estiró hacia arriba para revisar a O, nuestra hija de seis años. Yo estaba sentada en el columpio, dándole de mamar a la pequeña Q de tres meses e imaginando en cómo podía irme. Dejarlo todo, dejarlos.

Ser el páncreas de P ha sido difícil y continuará siéndolo, pero con O, mi hija libre, retadora, brillante y sensible de seis años, sería imposible. Ya habíamos luchado con entendernos mutuamente y, empezando desde mañana, me imaginaba las seis inyecciones por día, sin mencionar el conteo obsesivo de carbohidratos y chequeos de niveles de azúcar en la sangre, y, por lo menos, una década de estar en constante lucha sobre lo que ella ingiera y cuándo, seguido de una preocupación de por vida y la pérdida del control. No podía lograrlo. Era más de lo que podía soportar.

“Kate”, me llamó. “Kate, ¿qué significa eso?”

screen-shot-2016-12-08-at-12-38-27-pm“Nada. No significa nada. Es alta, pero no lo suficientemente alta para un diagnóstico. Revisaremos su nivel en ayunas por la mañana. Programa una alarma para que lo podamos hacer antes de que ella despierte”. Hice una pausa. “Jim”, dije finalmente, “quiero huir”.

“Lo sé” dijo suavemente.

Se acercó a mí y besó suavemente mi frente antes de salir a tomar un paseo con el perro. “Ya regreso”, susurró.

No había asientos traseros en la camioneta negra. Podría terminar de amamantar al bebé para que se durmiera y dejar en el mostrador de la cocina la fórmula en polvo que nos dieron en el hospital. Nunca ha tomado un biberón antes, pero al sentir hambre él entendería cómo hacerlo. Podría conducir. Podría irme hacia el norte. Podría irme hacia el sur. Podría seguir las costas hasta que sintiera ganas de detenerme. De cualquier modo, Jim es un mejor padre, más paciente, más empático, más cariñoso. Realmente no fui hecha para esto. Soy dura y exigente. Algunas veces extraño las sutilezas que acompañan a una emoción humana normal. Podría simplemente conducir durante la noche, bajar las ventanas y encender la radio, conducir hasta sentirme segura de regresar, si es que me sintiera con ganas de regresar. Simplemente iniciar la noche, encontrar mis pantuflas en la puerta trasera y nunca ver hacia atrás, por lo menos, hasta que ver hacia atrás se sienta bien de nuevo.

Un zumbido insistente de mi teléfono me sacó de mis pensamientos inducidos por la ansiedad. El nivel de azúcar en la sangre de P estaba disminuyendo. Rápidamente respondí a un mensaje de texto preocupado de Jim, “Yo me hago cargo”.

Revisé su monitor, 67 y disminuyendo. Diablos. Diablos. Diablos.

Retiré suavemente al bebé de mi pecho y lo acosté en la cuna. Él estaba dormido desde hacía un momento. Cargarlo era más para mi comodidad que para la de él.

Mis ojos ardieron en la luz brillante de la cocina, mientras medía una media taza exacta de leche y la servía en un vaso con una pajilla. De regreso en la oscuridad de la habitación de las niñas, avancé a tientas hasta llegar a la cama de abajo de la litera. La acomodé en mi brazo, su cuerpo flexible y su aliento dulce. Coloqué la pajilla en sus labios y ella bebió, casi totalmente dormida, una taza de leche aleatoria en la noche era su nuevo normal. No requiere de explicación alguna. Ciertamente es mejor que una aguja aleatoria a media noche que la que la despertaba demasiado seguido. Ella termina, suavemente sonríe y se acurruca en mi brazo y regresa a dormir profundamente. O susurra en su cama arriba de nosotros, murmullando algo sobre Mariana Trench.

P empieza a roncar suavemente. La respiro. Esta es mi vida y estoy en casa.


Esta historia es el sexto episodio de una serie llamada “Nuevo normal” del blog de Kate Felton. Not Sure How Today Ends (No estoy segura cómo terminará este día). Lee los episodios anteriores de la serie New Normal de Kate.:

Parte uno: nosotros sabíamos

Parte dos: el hospital y Nick Jonas

Parte tres: las agujas no son la parte difícil

Parte cuatro: todas las cosas que pensé que sabía

Parte cinco: lo que está frente a mí

 

ESCRITO POR Kate Felton , PUBLICADO 01/03/17, UPDATED 06/27/18

Kate Felton es escritora y artista, quien vive en Los Ángeles, con un perro increíblemente amaestrado, tres hijos maravillosamente rebeldes y su eternamente paciente esposo. Su hija, Penny, fue diagnosticada con diabetes Tipo 1 en diciembre de 2015, a la edad de tres años. Kate escribe en el blog www.notsurehowtodayends.com, y escribe en otros lugares en la red. Cuando no está persiguiendo a sus hijos, ella produce obras de teatro y es parte de la junta directiva de muchas organizaciones no lucrativas.