A los padres de niños que viven con diabetes Tipo 1
No importa cuáles sean tus miedos con respecto a tu hijo con diabetes tipo 1, te aseguro que mis padres también los tuvieron (y aún los tienen) la única diferencia es que sobreviví a cada uno de esos miedos.
En general fui una niña terrible (voluble, propensa a hacer berrinches, necia) lo cual hizo que empeorara ser una niña diabética.
Rechacé todas y cada una de las actividades relacionadas con mi enfermedad que mis padres sugirieron; campamentos y eventos benéficos, seminarios y citas para jugar. Mentía sobre mis lecturas glucémicas y me rehusaba a tomar mi insulina. Les gritaba a los doctores y rehuía de mis padres en las citas anuales (con el doctor). Rumia y hacía pucheros durante días.
Desafortunadamente, este rechazo hacia mi diabetes permaneció conmigo durante mis años de adolescencia y en la universidad. Como resultado, pasé los primeros años de mis 20 batallando con una severa retinopatía diabética. Fue un período terrible en mi vida e incluso fue peor para mis pobres pobres quienes se sentían impotentes ante mi actitud desafiante. Tal vez por eso todos estábamos sorprendidos y entusiasmados cuando a la edad de 23 años me ofrecieron un trabajo en JDRF (Fundación de investigación para la diabetes juvenil, por sus siglas en inglés).
Los 23 marcaron un momento decisivo para mí, tanto profesional como personalmente. Por más de una década traté de ignorar mi diabetes y ciertamente estaba recogiendo la cosecha de las consecuencias de ello. Aun así el año anterior, tomé una silenciosa pero firme decisión para mejorar. Había estado trabajando duro por volver a aprender a vivir una vida saludable con diabetes y tratar desesperadamente de sanar las partes dañadas que aún eran posible sanar en mí. Analicé lo que significaba esa parte del proceso de sanación y no tuve otra opción más que aceptar la oferta de trabajo.
Durante mi primera semana en JDRF me topé con los registros de donación de años pasados y por diversión, decidí buscar el nombre de mi madre. Lo que vi no sólo me sorprendió sino que instantáneamente me saltaron lágrimas a los ojos.
Listada perfectamente en orden cronológico había docenas de pequeñas donaciones de $10 y $20 para JDRF hechas a mi nombre empezando desde 1991 (el año que fui diagnosticada) hasta el día en que fui contratada. Había años en donde realizaba varias donaciones y otros donde sólo había una o dos donaciones, pero nunca hubo un año en donde se dejara de apoyar.
Inmediatamente llamé a mi mamá y con lágrimas en los ojos le pregunté porque nunca me había contado sobre estas modestas pero numerosas donaciones.
“Cada vez que estaba preocupada o asustada por ti hacia una donación en la cantidad que pudiera, me hacía sentir como si hacía alguna diferencia”
“Sabía que esta información no significaría nada para ti cuando estabas tan ensimismada en tu propio sufrimiento. Pero también sabía que el día cuando tú finalmente decidieras controlar tu enfermedad, yo habría tenido un pequeño papel en acercarte a la cura”. Dijo.
Página tras página, leí por los registros de estas donaciones y surgió el amor más puro, impactante y paralizador por mi madre. Claro, siempre supe que mi mamá me cuidaba y que se preocupaba pero nunca consideré los pequeños y enormes sacrificios que las personas que me aman han hecho durante todos estos años para asegurar que mi futuro fuera saludable y feliz. No consideré esto especialmente durante los momentos en los que ni siquiera me importaba mi propia salud y felicidad.
Así que para todos los otros padres y madres con hijos que padecen diabetes tipo 1: en verdad espero que no les tome a sus hijos dos décadas de sus vidas, como a mí, darse cuenta de lo maravillosos, fuertes y valientes que son ustedes. Pero sólo para dejar constancia, les digo que definitivamente vendrá ese momento en la vida de sus hijos, cuando entiendan y aprecien todas esas pequeñas cosas que están haciendo por ellos para asegurar que tengan un futuro saludable, feliz y hermoso; y les prometo que ese momento va a hacer que todo el estrés, los sacrificios y las preocupaciones valgan la pena.
Posdata: también para dejar constancia, mis ojos están bien ahora, lo cual es bueno porque son iguales a los de mi mamá.
Para leer más historias de Samantha Willner lee “Viendo con claridad” o una historia muy graciosa “El cuento de una diabética tipo 1 en Turquía”