49 Años de Convivir con la Diabetes Tipo 1. La Historia de Mario.


 2022-02-18

En enero de 1973, a los recién cumplidos 20 años, terminaba el primer año de medicina en hospitales, debido a la huelga en la UNAM y todo iba bien.  Durante varios días me sentí muy mal: tenía bronquitis, orinaba mucho, tenía mucha sed y muy mal estado general; tomaba mucho refresco y todo tipo de líquidos; estaba débil y adelgazado.

Como mis condiciones empeoraban y los síntomas eran bien conocidos por mis padres por los antecedentes de Beto, mi hermano, que vivía con diabetes juvenil o tipo 1 desde los 14 años, el jueves 18 de enero por la noche me llevaron a Urgencias del Instituto Nacional de Nutrición (INN), en donde me dijeron que registré un nivel de glucosa en sangre mayor a 400 mg/dl; ¡me indicaron que tenía diabetes!  

Todas las mañanas iba a la cocina y en la estufa hervía en un recipiente de metal una jeringa de vidrio y su aguja, sacaba del refrigerador la que sería mi compañera durante toda mi vida, la insulina, que en esos tiempos era de origen porcino o bovino, y me inyectaba usando una agujota metálica que me duraba meses antes de que se le achatara la punta; las líneas y números de la jeringa, se iban borrando.

Ese año de 1973 fue de adaptaciones. Mi desempeño como estudiante de medicina no se vio afectado. Los siguientes semestres cursados ya en hospitales, significaron una bonita etapa de mi vida; mi grupo de amigos y amigas más cercanos me llamaban el “candy man”, pues entonces estaba de moda la canción con ese título. Mis calificaciones no fueron malas.

En esa época no existían los glucómetros; solo tiras reactivas que, al ponerse en contacto con la orina, daban un color que comparado con los que traía su cajita, indicaba cuánta glucosa aproximadamente había en la orina. La interpretación del color obtenido era muy subjetiva y se correlacionaba con la cantidad de glucosa en sangre, pero en otro momento, horas antes y no en el momento preciso como lo hacen los glucómetros actuales que registran números, por lo que no era fácil detectar oportunamente las bajas de glucosa o hipoglucemias.    

En esa etapa, el apoyo familiar fue determinante; recuerdo como mi mamá llegaba cariñosamente con alguna rica fruta para Beto y para mí, para compensar que todos los demás de una familia de 10 hijos e invitados, disfrutaban de algún rico pastel.  Al no haber entonces refrescos dietéticos, con una pastilla de sacarina, limón y agua mineral, obteníamos una rica limonada; el apoyo de la familia fue determinante. (En los últimos años de mis padres, los papeles se cambiaron y yo fui su médico hasta el último de sus días en este mundo).

En esas épocas de universidad, reconozco que en ocasiones me “destrampaba” pues con mi ánimo de pertenencia al grupo de compañeros; en las fiestas, le entraba a las bebidas alcohólicas aunque con agua mineral.  Sin embargo, nunca he tenido que comer algo a escondidas. En los dos últimos semestres de la carrera, por las tardes daba consulta en el dispensario de la iglesia de Fátima, atendiendo a gente pobre, ahí conocí a Silvia de la misma generación en medicina; fuimos muy cercanos, o novios a nuestra manera y la diabetes nunca fue un obstáculo.

El bumerang de la discriminación

Centro este escrito en una anécdota inolvidable que considero un parteaguas en mi vida, una lucha que duró siete meses a partir de abril de 1981.

Recién terminada mi especialidad, etapa en que uno quiere “comerse al mundo”, y ya con las responsabilidades de casado, contento me enfilaba para trabajar en Pemex, en donde recién se habían incluido nuevas plazas para Medicina del Trabajo.

Con el apoyo del Dr. F.O, amigo y colega de mi tío Jorge, ya tenía unos días de estar trabajando en la entonces Gerencia de Servicios Médicos; daba por hecho que los trámites para mi contratación eran sólo para cumplir con los requisitos administrativos, pero como parte del examen médico de ingreso, al conocerse el resultado anormal de mi glucosa, las puertas para trabajar en Pemex se me cerraron. 

El Dr. F.O se molestó mucho con su gran amigo de más de 30 años, mi tío, el Dr. Jorge Balcázar Padilla, hermano de mi padre y conmigo, pues se había pretendido filtrar a Pemex a “un diabético”.  Yo, consciente de que eso no tendría repercusión en mi trabajo, no le presté ninguna importancia al hecho de ser una persona con diabetes, pues en mi largo camino en la medicina, la diabetes nunca había representado un obstáculo.  Se me indicó que requerían contar solamente con “médicos sanos”.

 Ese “NO”, representó para mí, el golpe más duro que había tenido en ocho años de vivir con diabetes, pero asimismo desde el fondo de mí, generó un “SÍ” y en consecuencia, el inicio de una lucha para poder laborar en esa gran institución. 

Intenté en repetidas ocasiones ver al Gerente, pero ni siquiera logré conocerlo; elaboré y le hice llegar un documento sustentado en documentos emitidos por la Organización Internacional del Trabajo, con puntos de vista basados en mi recién terminada especialidad, para demostrarle que no había impedimento alguno para que pudiese realizar mi trabajo con efectividad y asimismo, para que tuviera un indicador de la manera de trabajar de un profesionista de mi especialidad y que esto constituyera otra forma de tocar la puerta, pero… todo fue inútil.

Sin dejar de realizar múltiples intentos por entrar a Pemex, entre los que estuvo el trabajar por honorarios, intenté y logré ingresar a trabajar en la Clínica 60 del IMSS de Naucalpan en el turno vespertino, institución que no me puso ningún obstáculo. El trabajo era agradable pero demasiado burocrático, lo que no iba con mi preparación.  Por las mañanas estaba en la lucha para entrar a Pemex y por las tardes trabajaba en el IMSS. 

El 1 de agosto de 1981 repentinamente se abrió una posibilidad que me hizo ver alguna luz en la obscuridad del ya cansado trayecto.  Después de la revisión del Contrato Colectivo de Trabajo, las plazas de los médicos de Pemex pasaron del régimen administrativo, al del Sindicato, después de una “negociación” realizada la noche anterior entre el entonces presidente López Portillo y el Sindicato Petrolero, evitándose así una huelga en Pemex.

Fueron varias las semanas de múltiples intentos para ver al secretario general del Sindicato Petrolero y senador de la República Salvador Barragán Camacho y entregarle una carta de recomendación de mi tío Jorge (jubilado de Pemex, amigo y cardiólogo de la familia de ese líder en Tampico) y de muchas horas y desmañanadas invertidas; decenas de personas que lo esperábamos temprano en la puerta de su domicilio en Cd. Satélite y en diversos lugares a donde acudía a reuniones, pero todos mis esfuerzos fueron fallidos.

Después de meses de intentos, el 2 de septiembre de 1981, supe de un acto magno de la CTM (Confederación de Trabajadores de México) en el auditorio del Centro Médico Nacional y me presenté.  Entre múltiples grupos sindicales, reporteros, fotógrafos y miles de personas, entré al recinto.  No tuve mayor problema para irme acercando al foro, aprovechando lo flaco que siempre he sido y en minutos ya estaba en la barrera de contención por parte de custodios.

Calculé el momento exacto y como resorte salté decidido hacia la mesa presidida por Don Fidel Velázquez, en cuyo extremo derecho estaba el senador.  Rebasando cuerdas y a varios “guaruras” que intentaron sin éxito bloquearme, pasé a un área más libre, entre la mesa del foro y la gran cantidad de asistentes; percibí que los custodios se desistieron de detenerme y con toda decisión finalicé mi trayecto con la carta sostenida hacia arriba para que fuera evidente que solo se trataba de entregarla al líder. Saludé al señor Barragán y extendí sobre la mesa la ya maltratada hoja y al bajar su mirada, rápidamente la leyó sin voltear a verme.

En seguida me preguntó: ¿hay plaza vacante en el Hospital de Azcapotzalco?, le contesté que sí y sobre la mesa cubierta con terciopelo verde, alcanzó su pluma y en la misma hoja hizo una anotación, le estreché la mano con agradecimiento para de inmediato alejarme.  Aunque en ese momento aún no había visto lo anotado en la carta paseada durante mucho tiempo, estaba seguro de que había tenido buen efecto mi intento. 

Hasta después de salir del auditorio, en la explanada leí las cinco palabras anotadas: “Juan Díaz, no me falles”, y por debajo su rúbrica en forma de caracol, dibujándose en mi cara una sonrisa de satisfacción, que nunca la olvidaré.  Ese momento y ese hecho, fueron determinantes en mi vida y para mi estancia laboral en mi querido Pemex y posteriormente ya jubilado, además de tener mi pensión, ganaba por mis servicios como profesionista externo en el papel de  capacitador y consultor de esa empresa a quien le di mucho y que me ha otorgado desde el 7 de octubre de 1981, un sustento decoroso que mucho más que ayudarme a mí, me ha servido para apoyar al desarrollo de mis tres hijos y que además, me generó múltiples e interesantes experiencias.

Los escalones no fueron fáciles a pesar de múltiples obstáculos; los subí con mi constante trabajo, actitud y decisión de trabajar con profesionalismo por la conservación de la salud de los trabajadores petroleros, pero sin nunca jamás contar con el apoyo de ninguna influencia, sólo con el trabajo en equipo junto con los buenos amigos que hice. Fueron innumerables horas de “arrastrar el lápiz”, participar en reuniones de diversas proporciones para participar en la prevención de accidentes y enfermedades causados por el trabajo, múltiples viajes a todo tipo de instalaciones de Pemex por carretera, avión, helicóptero y hasta por barco, guiar a otros especialistas que posteriormente ingresaron, etc. Me quedó bien claro desde ese inicio en Pemex, que a la diabetes nunca la debo ver como un obstáculo.

Las nuevas tecnologías y la gratitud.

A los 49 años de vivir con diabetes tipo 1 (el 70% de mi vida) y de más de 24,600 inyecciones durante tantos años, varias mediciones diarias con mi glucómetro que me acompaña a todas partes, la inyección con plumas de insulina lenta por las mañanas, más inyecciones de insulina rápida antes de cada comida.

Desde hace cinco años incorporé a mi tratamiento la bomba infusora de insulina que traigo unida a mi cuerpo y que me administra insulina a todas horas así como antes de los alimentos. Esta bomba trabaja en conjunto con un sistema de medición continua de glucosa, mediante un sensor que le envía información para que me avise mediante una alarma si tengo alta o baja la glucosa, en cuyo caso, automáticamente suspende el suministro de insulina y llegando a los 70, activa una alarma. Con estos nuevos cambios llevo un mejor control, que al vivir solo, es fundamental.

Después de haber vivido 17,900 días armónicamente con diabetes y sabiendo que muchísimos compañeros y compañeras de condición de vida con diabetes tipo 1 desafortunadamente se han quedado en el camino, ya sea por complicaciones crónicas o después de una grave baja de glucosa, a mis 69 años sigo aprendiendo cada día y me considero un afortunado y le doy GRACIAS A DIOS por todo lo que me ha dado: tres hijos triunfadores y un pequeño nieto tocayo (tercer Mario Balcázar) y además, por el otorgamiento de otro nuevo día.

ESCRITO POR Dr. Mario Balcázar Quintero, PUBLICADO 02/18/22, UPDATED 02/18/22

Después de 49 años de haberse incorporado a la convivencia armónica con la diabetes tipo 1 (desde el 20 de enero de 1973), Mario considera que ser médico especialista, lo ha ayudado a tener un mejor control de su condición. Tiene una historia que contar.